ENTREVISTA CON MARIANO GONZÁLEZ DERIEUL
Del paisaje como estado de ánimo
“Cuando escuché a Cafrune me cerró todo. Me hizo vivir, me hizo ubicarme en un lugar en la vida e incluso me llevó a escribir”, dice el autor de “Las lanzas y los pájaros” (UNL, 2014). Foto: FLAVIO RAINA
Estanislao Giménez Corte
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Como a tantísimas personas jóvenes y no jóvenes, avezados académicos y gentes de a pie, profesionales y amateurs, especialistas y hombres del llano, a Mariano González D. (Derieul), en algún momento de su vida, y aun sin comprenderlo él cabalmente, lo atrajo una fuerza ancestral que se repite y se multiplica y que funciona al modo de un campo magnético ante el cual no queda más que responder. Ésta puede definirse de muchos modos que giran en torno de la poesía y lo poético. Pero no es ésta poesía en el mármol sino poesía en la calle; no es poesía del alto recinto y del púlpito sino la poesía del campo, del paisaje, de lo cotidiano, de la tierra. Ese llamado, esa fuerza, a veces no se presenta desde manuales de retórica ni está en intrincados ejercicios de métrica. Lejos de endecasílabos, alejandrinos y sonetos, los escritos de Mariano son y quieren ser pura musicalidad, pura cadencia, “rima implícita” que el poeta oye en sí y escribe intuitivamente. Aquel llamado, devenido costumbre, “de manera impensada” y “antes de lo pensado”, según el propio autor, tomó la forma de un libro, “Las lanzas y los pájaros” (UNL, 2014), de edición reciente.
POESÍA ADENTRO
Mariano despertó a esa voz de forma un tanto abrupta cuando escuchó, cuando se detuvo en versos y canciones de la poética folclórica: una vez oyó a Cafrune decir aquello, una vez escuchó a Orlando Vera Cruz cantar lo otro, una vez Julio Migno, José Pedroni, Yupanqui, Linares Cardozo, Buenaventura Luna y tantos otros. Una vez, finalmente, pensó que además de admirarlos y disfrutarlos, podría intentarlo. Y lo hizo. Ahora, con el libro “impensado” en sus manos, dice: “Pienso que la poesía como género es muy exigente; hay muchas cosas de la poesía que como tal se me escapan, pero igual creo que hay un hecho poético, que en mi caso será intuitivo e instintivo. Yo pretendo que la obra escrita te llegue por algún lado, que te deje algo, que se meta adentro tuyo, que no sea una cosa híbrida... (piensa) El sentido, se trata de eso, el sentido de escribir hacia el otro”. Mariano tiene una voz firme y grave que ahora mismo se está probando en recitales con amigos folcloristas (sus cumpas) que piden letras suyas y poesías para musicalizar y que lo invitan a lanzarse al canto. Entre ellos se cuentan Efraín Colombo, Julián Bak y Los Sembradores y otros.
Mariano dice llanamente que se propone “(...) lograr lo simple, lo cotidiano. Transformar esta charla en poesía, por ejemplo, aunque es difícil. Por allí, uno tiende a irse muy lejos con las metáforas y con otros recursos, justamente por no poder cerrar poéticamente lo cotidiano. Ésa es mi búsqueda. Hay poetas que sentimentalmente ponen una pared, quizás porque les interesa eso. No conozco demasiado de poesía, no me interesa el camino de la poesía complicada, cerrada. Me gusta mucho la poesía del tango, la del folclore, la música española. A veces la pienso como canción”.
El autor “creció” en todo con y a partir del folclore. “Lo que me dio a mí -dice- es un horizonte muy amplio de cosas que quise conocer: de historia, lugares, personajes, de flora y fauna. Abarca una temática muy amplia. Otro de mis desafíos es no escribir como se escribía antes. Sino que, desde mi presente y mi realidad, quiero utilizar algunos recursos específicos: poéticamente me sirven mucho el río, los pájaros, el paisaje, en general. Pero un amigo me dijo que la manera en que me dirijo al paisaje está más que nada ligada a los estados de ánimo. Ahí se genera una suerte de imposibilidad de quedarme callado”. Al leer su trabajo, se advierte una cadencia que nos lleva a pensar en la estructura de una canción o una suerte de ritmo propio que se relaciona con la música. Mariano asiente: “Tengo algunas canciones. A veces digo, ‘voy a hacer una chacarera’, entonces escribo a partir de una estructura de canción, pero a veces no, aunque trato, como dije, de que tengan una suerte de ritmo implícito”. Así es, efectivamente. Leemos una suerte de verso libre que parece por momentos pedir la compañía de una guitarra. Unas de corte histórico, otras con espíritu descriptivo, otras como homenajes a personas o cosas, detrás de las poesías se adivina una mano delicada y sensible al ritmo que acerca la palabra desde el propio hecho poético sin pasar por pesadas e inútiles teorizaciones. Una inmediata empatía con lo sensible y una desconfianza o distancia con lo intelectual.