El 2 de abril se conmemora en la Argentina el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas. La autora recupera esta historia para homenajear a quienes dejaron la vida en el sur hace 32 años.
TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.
Según oí alguna vez, el casco es la pieza que protege la cabeza. Pero no es solo eso; los cascos participamos de la historia, como lo hicimos con muchos compañeros que fuimos entregados a los soldados argentinos que combatieron en Malvinas para recuperar un trozo de la patria usurpado por los ingleses, para remediar una vieja injusticia histórica, para cumplir con el anhelo de ver ondear la bandera argentina en aquellas heladas tierras insulares, para reafirmar que la Argentina nunca claudicó en mantener con firmeza sus derechos sobre las mismas.
Fui entregado a un joven soldado, lo acompañé durante las acciones bélicas, durante las frías jornadas en las que el viento parecía clavar puñales de acero sobre la carne aterida y la nieve torturaba con su contacto cayendo como ramos desarmados de blancas flores de hielo. También lo escuché recordar con voz susurrante a sus seres queridos, contar travesuras de la infancia y anécdotas jocosas para animar a sus compañeros. Lo vi escribir cartas y enjugarse furtivamente lágrimas cuando eran abatidos algunos camaradas.
Un día me tomó entre sus manos y pacientemente grabó su nombre en mi piel de metal.
Nunca perdió la ilusión de vencer al enemigo y sentía orgullo por encontrarse allí, defendiendo a su Patria.
Al mediodía del 25 de Mayo, alcanzado por una esquirla de mina de 500 libras con espoleta a retardo, Ricardo Mario Gurrieri, quien tenía solo 19 años y era mi dueño, murió. El espíritu grandioso de patriotismo creó en él las fuerzas colosales que hacen que un hombre se vuelva mártir en pos de un ideal.
Quedé tirado en un pozo; caía la nieve como apagados suspiros, como murmullos ahogados, y el viento recitaba salmos de tristeza.
Doliente y acongojada, durante la noche la luna seguía de lejos con su pupila sideral el resplandor que su luz daba a los cascos de los héroes de Malvinas caídos en la lucha.
Bajo el cielo opaco y sobre el gélido suelo, custodiado por las brumas y la neblina, escuchando la balada persistente del viento, quedé embarrado y oculto hasta que me encontró una mujer argentina, veinticuatro años después.
Ella me levantó, y de acuerdo con un oficial inglés que estaba asignado para acompañarla, me llevaron de incógnito a la base; allí me lavaron y apareció el nombre grabado por el combatiente.
Con el tiempo me enteré de que esta dama argentina, llamada Verónika Sheehan, hizo gestiones para poder visitar las Islas Malvinas, que le pusieron mil obstáculos hasta que finalmente pudo lograr su sueño y rendir un homenaje póstumo a los compatriotas a los cuales la unía el amor al suelo patrio, la emocionada esperanza de ver flamear a todo viento nuestra bandera bicolor y lograr un ideal mantenido por más de una centuria, el gusto a hiel de una derrota tanto como la tranquilidad del deber cumplido a pesar del resultado adverso.
Durante su breve estadía, Verónika desarrolló numerosas actividades; entre ellas, visitó al cementerio argentino donde colocó “pins” de la bandera argentina en las cruces de ese camposanto donde descansan los restos de los compatriotas fallecidos; propició la celebración de una misa por los caídos que ofició un sacerdote católico de Irlanda del Sur, el Padre Willian O’Connelly, en la única capilla católica del lugar, ya que en su mayoría son anglicanos, y recorrió lugares para ver las cicatrices de la guerra.
Gracias al oficial inglés que había acompañado y vigilado a esta sensible mujer, pude ser rescatado y enviado al país.
Ahora vivo en la casa de sus padres, quienes me recibieron con cariño y también con orgullo. El Monumento a los caídos en Malvinas de la ciudad de Mar del Plata fue costeado y donado por su progenitor, quien falleció luego de su inauguración.
Estoy sobre la cama de la que fuera la habitación de aquel muchacho que es como tantos otros, emblema inmaculado de argentino honor.