La miseria de los piquetes
En cierta oportunidad, una docente les preguntó a sus pequeños alumnos qué querían ser cuando fueran grandes, a lo que uno respondió: “¡Piquetero como mi papá!”. Partiendo de esa anécdota peculiar, resulta propicio conocer la breve historia de los movimientos piqueteros, que se iniciaron con trabajadores o desocupados, cuya consigna era el corte de calles y rutas como forma de protesta y reclamo. Se asegura que tanto la palabra como el fenómeno piquetero son originarios de nuestro país, Argentina, en circunstancias en que se produjeron despidos de trabajadores de YPF en la ciudad neuquina de Cutral-Có en los años ‘90. A diferencia de los antiguos reclamos realizados por trabajadores y desocupados, la novedad del piquete fue incluir a la familia, generando así un impacto persuasivo-emocional, al verse a madres amamantando a sus bebés, chicos pequeños correteando entre los coches y camiones detenidos, mendigando y alimentándose con sobrantes que algunas almas caritativas les acercaran. Muchos de estos movimientos se fueron institucionalizando, y hacían más llevaderas sus vigilias con ollas populares, donde todo venía bien para “matar el hambre y el frío” de la familia piquetera.
Si bien este fenómeno dio tela para que innumerables organizaciones de derechos humanos, ONGs y el propio Estado declararan sus propuestas para disuadir a los manifestantes, nadie ha conseguido revertir tal situación, que más acá y más allá de lo que ellos puedan conseguir, es una muestra de lamentable y extrema miseria humana, que desintegra no sólo la dignidad de los que la practican, sino también del resto de la sociedad que se enfrenta a diario con esta especie de flagelo. Parece que la única salida fuera esquivarlos, insultarlos y denigrarlos, mientras no hacemos nada para acercarnos a ellos como congéneres, tratando de contribuir a su inclusión, solidarizándonos con sus acuciantes necesidades.
La semana pasada, formé parte de una larga hilera de vehículos de todo porte que se extendía del otro lado del puente, queriendo ingresar a la ciudad. El panorama no podía ser más patético e incoherente. En medio de la ruta, una madre dirigía la circulación de los vehículos a su manera, mientras fuerzas policiales y municipales observaban, como evaluando, la técnica utilizada por esa improvisada directora de tránsito. A escasa distancia, se veían los edificios de la universidad, que reúne a cientos de estudiantes, muchos de ellos en carreras de ciencias, humanidades, docentes, etc., sin que advirtieran, quizás, que a unos pocos metros, casi a las puertas de la casa de estudios, se erigía la cruda realidad de personas en estado de miseria integral, esperando el acercamiento de futuros profesionales, políticos, líderes sociales y personas con buenas convicciones que las invitaran a recuperar su dignidad. Me pregunto ¿cuál será el futuro inmediato de esos niños, a quienes nadie les advirtió que venían al mundo para padecer el desamparo y la marginación?
Navidad de la abundancia
Estamos en fecha oportuna para la reflexión y el compromiso. El ejemplo sublime del amor de Dios es sin dudas la venida de Jesucristo al mundo. Él dice: “Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. Cientos de años antes de Cristo, el profeta Isaías escribió acerca de Él: “A todos los sedientos vengan a las aguas, y los que no tienen dinero compren vino y leche sin precio... Inclinen su oído y vengan a mí, oigan, y vivirá su alma; haré con ustedes pacto eterno... Busquen al Señor mientras pueda ser hallado, y llámenlo mientras esté cerca. Dejen los impíos sus caminos y vuélvanse al Señor quien tendrá misericordia, y al Dios nuestro quien será amplio en perdonar... Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo que la envié”.
Más allá de cuál sea nuestra fe religiosa, la Navidad es una tremenda oportunidad para decidir generosidades, mayormente con los niños, para que nadie vuelva a escuchar de alguno de ellos “yo quiero ser piquetero como mi papá”. Feliz Navidad para todos.
(*) Orientador familiar