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editorial

La lógica de las contradicciones

La polémica instalada puertas adentro del kirchnerismo con referencia a la edad de imputabilidad de los menores produjo un impacto en la sociedad que excede los términos -complejos y sensibles- del propio tema en cuestión, y tienen que ver con el carácter inédito de la situación; lo que a la vez aparece como un inequívoco signo de los tiempos que atraviesa la corriente hasta hoy dominante de la vida política del país.

En rigor, las contradicciones entre el discurso y la acción de la gestión K son tan flagrantes como, en muchos casos, ofensivas a la inteligencia. Una somera enumeración permite advertirlas. En materia económica, la reivindicación de la soberanía estatal para sacar YPF a Repsol y luego cerrar un oscuro acuerdo con Chevron, la invectiva moralista contra los argentinos que pretenden veranear en el exterior y la amnistía a lavadores de dinero a través de los Cedin, el discurso del no pago a los fondos buitres, la presión fiscal sobre los salarios. En una bandera tan cara como la de los derechos humanos, represión por mano propia o tercerizada, promoción de personajes vinculados a la dictadura, cooptación onerosa de organismos. En la promoción social, asistencialismo a costa de beneficios jubilatorios, programas atados a negocios. Respecto del federalismo, con el sistemático ahogo de las provincias y el direccionamiento de inversiones en función de intereses partidistas o comerciales. En la Justicia, con un intento reformista parcial y direccionado, el ataque a la prestigiada Corte conformada después del menemismo. También en la estrategia de apoyos y alianzas -fundada más en la especulación coyuntural y el aprovechamiento de ventajas electoralistas que en genuinos principios ideológicos-; en el esquema comunicacional -incluyendo la desvirtuación de los avances democráticos de la ley de Medios-, e incluso el enunciado de una supuesta “nueva política”, capaz de abarcar a caudillos de la más rancia prosapia conservadora y de generar estructuras de militancia rentada, como amañada versión 2.0 de la “juventud maravillosa”. Todo esto, además, en un contexto de corrupción desbocada y ostentosa, mal encubierta con la protección a los implicados y el sambenito de “destituyente” para todo aquel que se atreva a mencionar el asunto.

Tamaña colección -no exhaustiva- de discordancias no parecía conmover a dirigentes, simpatizantes, técnicos ni intelectuales enrolados, y quedaba subsumida en la supuesta coherencia del “relato”; un instrumento retórico pergeñado para otorgar la condición de gesta con reminiscencias heroicas y míticas a un andamiaje sólo sustentado por la lógica del ejercicio del poder. Por eso no se registran casos de disidencias internas: cualquiera que asomase, por una u otra razón, equivalía al quiebre del vínculo de pertenencia.

Tras un resultado electoral adverso, que podría repetirse o agravarse en octubre, el kirchnerismo optó por ensayar medidas tardías o poco consistentes, y por delegar en los referentes distritales el peso y la responsabilidad de una campaña que, hasta agosto, estuvo centrada de manera excluyente en la figura presidencial.

En este contexto, la brega por el respaldo popular empuja a intentar respuestas individuales, y a poner por fin de relieve la ausencia de verdaderos consensos y la inexistencia de un proyecto común. Al menos, uno que no sea el de permanecer unido al sector gobernante, y que hoy se diluye junto con las expectativas de eternización.



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