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Operación Flipper

  • La repercusión de un fuerte golpe al narcotráfico en territorio santafesino se vio opacada por disputas interesadas e inconducentes.

El operativo antidrogas llevado a cabo esta semana en Funes permitió incautar 300 kilogramos de cocaína y pasta base, y desarmar una “cocina” que funcionaba en un country, camuflada como vivienda familiar, con capacidad para producir 100 kilos por día. También, detener a varias personas, entre las cuales se encontraba un sujeto sospechado de vínculos con el narcotráfico, y conocido por el gran número de propiedades que ostenta.

El despliegue de las fuerzas federales estuvo encabezado por el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, con la participación de fiscales y el titular de Drogas Peligrosas. El funcionario aseveró que el laboratorio detectado era “el más grande del país”. El presunto narco detenido, cuyo nombre de pila (Delfín) dio humorístico pie al bautismo de la operación como Flipper, estaba siendo investigado por la división de Delitos Complejos de la provincia, precisamente por el número de viviendas y vehículos que poseía a su nombre o al de familiares directos.

Hasta ahí los hechos; más que suficientes para justificar el impacto de la noticia, para también celebrarla, y al mismo tiempo analizar sus implicancias. Sin embargo, las miserias propias del clima político y los vicios de que suelen hacer gala algunos de sus protagonistas, establecieron su propia impronta para enturbiar la difusión del hecho.

Por un lado, resultó llamativa la escasa repercusión que tuvo la novedad en los principales medios nacionales, habida cuenta de la sensibilidad de la materia, y de la magnitud de los resultados del accionar oficial. A la hora de explicar tal temperamento, no parece suficiente la ceguera centralista que suele afectar la mirada del periodismo porteño -siempre disipada al momento de avizorar escándalos o noticias escabrosas- y sólo parece factible pensar en una suerte de “ninguneo” deliberado hacia un logro de la vapuleada gestión kirchnerista, o del justificadamente controvertido Berni.

De todos modos, más grave fue la manera en que se condujeron los propios implicados. El secretario de Seguridad no solamente se aseguró de montar un espectáculo acorde a la trascendencia del hecho -lo que podría ser una admisible maniobra de autopromoción-, sino que soslayó por completo a las autoridades provinciales, que se atribuyen haber motorizado la investigación sobre Delfín Zacarías a partir del cruzamiento de datos sobre su patrimonio.

Otro tanto se hizo desde la fiscalía federal, embarcada desde hace tiempo en disputas jurisdiccionales y obstruccionistas con el gobierno santafesino, al que lisa y llanamente acusó de haber puesto en riesgo la operación, al sacar a la luz datos que eran parte de la investigación.

Las dificultades para combatir el narcotráfico, por su creciente expansión y penetración, por el volumen de recursos que maneja, por la complejidad de sus operaciones y por la red de complicidades que está en condiciones de tejer, son mayúsculas y requieren, como se ha dicho y reiterado, una respuesta intensiva, ágil y principalmente articulada en distintos niveles. Reemplazar eso por el enredo en tironeos por figuración, o en especulaciones orientadas a bloquear y desacreditar por intereses facciosos, es facilitar la tarea a quienes ven en Santa Fe un terreno propicio para cultivar el delito, y enriquecerse a expensas de la seguridad de toda la población.

Las dificultades para combatir el narcotráfico son mayúsculas y requieren una respuesta intensiva, ágil y principalmente articulada en distintos niveles.



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