Sergio Serrichio
[email protected]
“Ha habido una discusión con las casas de cambio, las principales, y se habla que el lunes (el dólar) estaría abriendo a no más de 5,10”.
Tal vez pocos lo recuerden, pero ése, brevemente conocido como el “dólar Aníbal” fue el vaticinio del senador Aníbal Fernández el sábado 2 de junio de 2012 sobre lo que pasaría con el dólar el lunes siguiente. No se piensa ni en una devaluación ni en una pesificación, dijo entonces el locuaz ex jefe de Gabinete, sino en volver a “cierta normalidad” e impedir especulaciones “irresponsables”. El dólar “oficial” orillaba $ 4,50 por unidad y el blue (o paralelo, negro, ilegal) se acercaba a $ 6. Por eso, Moreno se había reunido con las “principales casas de cambio”, contó Aníbal, y había ordenado las cosas. Ya van a ver.
Más recientemente, tras las elecciones primarias del 11 de agosto, la necedad K se manifestó en clave política/electoral y llegó al absurdo con la afirmación presidencial de que el oficialismo había ganado en la Antártida y en la comunidad qom La Primavera, en combo con la denuncia de que una eventual crisis sería producto no del fracaso de las políticas oficiales, sino de un complot antidemocrático.
La presidenta y sus espadas económicas lo dicen una y otra vez: “No vamos a devaluar”. Pero a casi 15 meses de aquella “anibalada” cambiaria, con el dólar “oficial” en $ 5,60 -casi al nivel que el lenguaraz K consideraba “irresponsable”- y el blue en la vecindad de los $ 9, repetir la cantinela es un despropósito. ¿Por qué dicen algo tan evidentemente falso? Como si la inflación no devaluara mes a mes nuestra moneda. Y como si el cepo al dólar que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) dispuso en 2011, cuatro días después de ser reelecta presidenta, y estrechó en marzo y julio de 2012, hubiera servido para algo.
Peor aun: mientras las voces oficiales repiten a coro esa mentira, en los primeros doce días hábiles de agosto (los transcurridos hasta el viernes 16) la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, una de las que dice que no va a devaluar, depreció el peso nueve centavos respecto del dólar, a un ritmo devaluatorio del 29 % anual. Una velocidad que antes el gobierno descartaba, pero que ahora no le alcanza para revertir los problemas de competitividad que la economía argentina acumuló en los últimos años.
Sucede que cuando el gobierno dice “devaluar”, quiere decir que el dólar sube mucho más que los precios, que le gane a la inflación. Lo que la ministra de Producción llamó “una devalueta”. Y es un problema, porque significaría resignar el único “ancla” oficial contra la inflación e imprimirle a la carrera una dinámica peligrosa.
El “retraso cambiario” (esto es, el encarecimiento en moneda internacional de los bienes que produce la Argentina) fue disimulado durante mucho tiempo por la fortaleza del real, la divisa de nuestro principal socio comercial, y los excelentes precios mundiales de las materias primas que más y mejor produce la Argentina, en especial la soja.
Eso se ve hasta en las cifras del Indec. Según la agencia estadística oficial, en el segundo trimestre de este año el PBI total se expandió a un ritmo del 5,6 % anual. Los dos grandes motores fueron el PBI agrario (que creció 22%) y la producción automotriz (30%).
No hay allí ningún mérito de política económica. El PBI agrario creció gracias a una cosecha muy superior a la de la campaña 2011/12, que había sido afectada por una sequía, y un muy buen nivel de precios internacionales. Si el gobierno influyó en algo, fue en la pésima cosecha triguera, inferior a los 9 millones de toneladas. Casi un piso histórico, tributo al arbitrario y destructivo mandoneo del secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
La clave de la expansión automotriz, en tanto, fue el aumento de 48 % en las ventas a Brasil, gracias a una rebaja en el impuesto a la venta de autos que decidió el gobierno de Dilma Rousseff . Y también crecieron las ventas internas, porque los autos se volvieron una opción atractiva en una economía inflacionaria y en la que los ciudadanos con algún poder adquisitivo, vedado su acceso al dólar, no tienen casi alternativas de ahorro.
El facilismo económico, sin embargo, ya no tiene nafta ni resto. Las reservas en 37.000 millones de dólares, contando los “encajes” que los bancos deben dejar en el Central como contrapartida parcial a los dólares que sus clientes les confían en depósito y un crédito de 2.000 millones de dólares del Banco de Francia, son el indicador más preciso del fin de fiesta K, a la que millones de argentinos no fueron invitados.
Hay otros. Uno, detectable sólo por los especialistas capaces de desbrozar la maleza estadística oficial, es el deterioro de las cuentas públicas, superior al que surge de los datos puramente “fiscales”. El consultor Miguel Ángel Broda ha detectado, por ejemplo, que un grupo de fideicomisos y entidades públicas registra deudas por 21.208 millones de pesos con el sistema financiero, el grueso de ellas con el Banco Nación.
El principal deudor del sistema bancario no es hoy ninguna empresa, sino el “Fideicomiso de Administración de las Importaciones de Gas Natural”: 5.048 millones de pesos a fines de marzo pasado. El segundo es el Fideicomiso Financiero Gas II, también estatal, con 4.348 millones. El tercero, el Fideicomiso de financiación de Camessa, suerte de cámara compensadora del sistema eléctrico, que debe 3.937 millones. La reestatizada YPF debe 2.069 millones a los bancos locales (aparte del dinero que extrajo de la Anses). Y la también estatal Enarsa, a la que la YPF Nac & Pop le birló los contratos de importación de gas, otros 1.701 millones de pesos.
Por este jauja financiero, los créditos del Banco Nación a empresas o fideicomisos públicos, que equivalían en 2006 al 1,9 % del valor de sus depósitos, llegaron en marzo pasado al 26,6 por ciento. He ahí un pagadios incubándose a todo calor.
El gobierno sigue diciendo que seguirá su invisible, aunque verbosa, gesta emancipadora. Y que no devaluará, aunque está a la vista de todos que lo hace. Si se produce una crisis de esas que no hay relato que las exorcice, será culpa de oligarcas, imperialistas, neoliberales, derechistas, corporativos, feos, sucios, malos, caca. Será la hora del relato negativo, que la presidenta esbozó en su intervención poselectoral.
Pero además de echar culpas si llega ese momento, ¿hará algo para evitarlo?