Para resolver un problema, excave en las raíces en lugar de revolver entre las hojas. A. D’Angelo.
Comienzo salvando un error de interpretación. Recibí dos llamadas telefónicas acerca del contenido de mi artículo anterior, que se pueden resumir así: “Gracias. ¡Por fin un investigador que dice públicamente que la docencia es la prioridad!” Me di cuenta entonces de que mi redacción no había sido clara. Traté de decir que las muy buenas universidades se preocupaban para que la docencia se hiciera en buenas condiciones y que fuera considerada una responsabilidad inexcusable y obligatoria; con menos énfasis en la carga horaria, a medida que aumentan los compromisos y la tarea de gestión a cargo de los profesores titulares. Y hasta allí creo que el mensaje fue bien entendido. Ahora, concluir de estas afirmaciones, que las muy buenas universidades pueden postergar la investigación y que su principal preocupación y prioridad es la docencia, es una extralimitación. Usé como ejemplo EE. UU. y seguiré con el mismo porque es el más claro.
Primero: En el sistema de “reclutamiento” de nuevos profesores, en las muy buenas universidades, los antecedentes de investigación y los recursos económicos que el candidato puede atraer (dependiendo del nivel que se va a cubrir) deben pesar por lo menos el 80% en la selección. De modo que si bien se preocupan por una docencia bien practicada, el que la ejecuta, desde que lo contratan y hasta que adquiere la “tenure” (que en algunas universidades sólo se logra luego de haber superado el nivel de profesor asociado) o (i) hace buena investigación (significa publicaciones y patentes cuando corresponde), (ii) forma doctores, (iii) atrae fuertes recursos económicos mediante subsidios o convenios, donde la parte que se lleva la universidad es muy elevada (es el conocido “overhead” y saben los que asignan o negocian los recursos, que a veces llega a valores cercanos al 100%), (iv) consigue buenas consultorías y (v) cumple con su carga docente (que es inversamente proporcional a la categoría), o sencillamente se queda afuera.
Segundo: los significativos incrementos salariales no se consiguen con la buena docencia, que, salvo excepciones, se reconoce por otros mecanismos más honoríficos que rentables, sino por los resultados de los cinco puntos anteriores. Y todo esto con dedicación exclusiva. De modo que no se debe confundir responsabilidad o preocupación con prioridades. La docencia es una responsabilidad ineludible y una gran preocupación de las autoridades de las muy buenas universidades. Eso no significa que esas mismas autoridades la consideren la primera prioridad.
Esta aclaración puede explicar dos tipos de resultados que he observado cuando se dan a conocer distintos rankings internacionales de universidades: (1) A veces aparece, aunque bastante abajo, la Universidad de Buenos Aires, porque el método usado en ese caso, no distingue el número total de profesores involucrados; es decir no tiene en cuenta el número de personas capaces de producir resultados, sino los resultados en forma absoluta y (2) Una vez estuvo muy bien ubicado el Instituto Balseiro (S. Carlos de Bariloche), porque los autores del estudio ignoraban que se trataba de un “Departamento-Instituto”, principalmente de Física, con una excelente productividad per cápita, dentro de la Universidad Nacional de Cuyo. Y este ostensible error, es la mejor justificación del resultado esperable de las dedicaciones exclusivas que rigen en el referido instituto, tanto para profesores como para alumnos. Y no verlo así, lleva a algunos a intentar justificar nuestra pobre performance en las estadísticas, negando la racionalidad del método de medida, negativa que en parte -sólo en parte-, puede tener algo de justificativo.
Las responsabilidades
Volviendo al tema de fondo, al concluir el artículo anterior me referí a las necesidades mínimas para ejercer bien la docencia. Y mencionaba la falta de responsabilidad para ejecutarla si no se daban las condiciones mínimas para ello. Considero que las culpas son repartidas. La Universidad pareciera tener la más visible de ellas. Pero no es así. El número de estudiantes que acepta una universidad es tan sólo el primer error y el más aparente y hasta cierto punto inevitable. Pero es una consecuencia de su intención de brindar oportunidades para todos. La causa primera está en que, al menos en los hechos, da lo mismo si el ingresante estudia Derecho, Física o Ingeniería con tal de que nadie quede afuera del sistema y que la matrícula siga creciendo, porque a pesar de los permanentes reclamos por un cambio, sigue siendo una componente muy sustancial en el método de reparto y asignación de recursos en las universidades más “antiguas”. Y no parece posible que, sin violentar la voluntad de los postulantes, la universidad pueda hacer mucho para cambiar algo al respecto. Y digo no parece, porque creo que no es tan categóricamente así.
Pero no es el caso del Estado Nacional, donde tengo menos dudas. Sin violar la autonomía universitaria se puede corregir una gran parte de los problemas derivados de la distorsión de la matrícula que directamente lleva a las aulas multitudinarias deficiencias bibliográficas y cursos con extrema pobreza de laboratorios cuando los necesitan. Y hago hincapié en esto porque, como consecuencia de los gravísimos hechos ocurridos cuando la autonomía no fue respetada, toda la comunidad ha aceptado este concepto como intangible. Tal vez, si no hubieran ocurrido de esa forma, seríamos algo más flexibles sobre su interpretación. Pero la historia no nos permite ese grado de libertad. En este sentido es preferible pecar por exceso. Pero cambiar la situación desde el Estado Nacional, sin generar conflictos es posible.
Nadie ignora que la distribución de los registros universitarios de la Argentina están peligrosamente desajustados y que un muy elevado porcentaje del número de alumnos se concentra en tres o a la sumo cuatro carreras, algunas de ellas, sin relación con las necesidades más urgentes del país. Para dar prototipos categóricos, la ausencia de una reconocida calidad y cantidad en ofertas y aspirantes en Ingeniería de la energía (específicamente del petróleo, por ejemplo) o del transporte, es más que alarmante.
¿Qué debe hacer el Estado Nacional además de mejorar los presupuestos? Simplemente hacerlo pero a través de la creación de estímulos serios y realistas a nivel de estudiantes y a nivel de universidades. Pero todo enmarcado en un Plan de Desarrollo específico que permita su seguimiento y evaluación y me propongo mostrar que esto sería posible.
Estímulos del Estado Nacional para Estudiantes
Para los estudiantes voy a listar algunos que se aplican en algunos países desarrollados donde la enseñanza universitaria de excelente calidad es gratuita: (a): Facilitar con buenas becas (que no son sinónimo de limosnas), el traslado de aquellos que les interesa una carrera pero no pueden ni siquiera pensar en ella, porque por razones económicas no pueden abandonar su lugar habitual de residencia; (b) Dar además, premios importantes (hoy, por ejemplo, pensaría en, como mínimo, $ 1500 por mes) para aquellos estudiantes que elijan carreras relacionadas con las Ciencias Exactas, la Biología, las Ingenierías y alguna otra disciplina que se considere crítica; (c) Mantener el premio sólo en la medida que se sostenga un ritmo de un dado número de materias aprobadas por año que, salvo situaciones especiales (estudiante que probadamente trabaja y ayuda al sostenimiento familiar si es que no se ha podido cubrir este problema por otro medio que es lo que correspondería o está fehacientemente enfermo, por ejemplo) no pueden ser tan sólo unas pocas, sino uno que pueda hacer pensar que en no más de seis o siete años terminará la carrera (y recalco las palabras probada y fehaciente por la excepcional facilidad que tenemos los argentinos de extender certificados falsos); (d) Aumentar (por ejemplo en un 50%) el premio cuando se logró acceder a él, si mantiene un promedio en la carrera de por los menos 8,0 (incluyendo en el promedio los reprobados); (e) establecer un premio especial (por ejemplo $ 500 por mes) para los estudiantes de todas las carreras que en las condiciones antes mencionadas (de dedicación y salud), mantengan un ritmo de materias aprobadas que permita suponer que en no más de seis o a lo sumo siete años, terminarán la carrera; (f) Aumentar el premio (50%), si ese ritmo se mantiene con un promedio igual o mayor a 8.0 contando los reprobados. En pocas palabras: premiar el esfuerzo de seleccionar lo que parece más difícil, la dedicación constante y la calidad de los resultados, que todo sumado significa la excelencia.
Estímulos del Estado Nacional para Universidades
Para las Universidades voy a listar otros ejemplos, siempre relacionados con incrementos presupuestarios con destinos muy específicos, todos ellos en programas especiales que forman parte del citado Plan, vinculado con las disciplinas prioritarias y, obviamente, “voluntarios” del tipo de fondos que se reciben por la explotación de la mina La Alumbrera. La Universidad que los quiere los toma y la que no, los deja: (a) Incrementar su presupuesto en partidas específicas de personal, si son para establecer dedicaciones exclusivas en los profesores que asumen el compromiso de una carga de docencia importante a establecer (ello significa que, producidas las jubilaciones, las dedicaciones simples no se vuelven a cubrir); (b) Producir mediante partidas especiales, aumentos significativos (por ejemplo, más del 50 %) en los salarios de los profesores- investigadores que trabajan en la universidades nacionales, para tornar un poco más competitivo, en relación con la actividad privada, el acceso a las dedicaciones exclusivas (y llegará el momento en que se deberán distinguir las disciplinas prioritarias); (d) Incrementar sustancialmente las partidas presupuestarias en la universidades nacionales, con destino específico a la compra de bibliografía para docencia, (e) Incrementar sustancialmente las partidas presupuestarias con destino a la mejora de los laboratorios o instalaciones equivalentes en otras disciplinas (lo que implica infraestructura, equipamiento e insumos) y (f) Incrementar sustancialmente las partidas destinadas a la construcción de aulas dotadas de medios audiovisuales y altavoces. Todo esto sumado, significa contexto e infraestructura adecuada.
(Continuará).