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“París era una fiesta”

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Ernest Hemingway, en 1954.

Foto: Archivo El Litoral

El tiempo de la fiesta pasó y es la nostalgia la que aumenta su encanto. El tiempo en ”que éramos muy pobres y felices”. El tiempo de la juventud. Cuando uno se cree invulnerable. Es por eso, sobre todo, que vista en perspectiva, París era una fiesta es a la vez una crónica y un testimonio que permanece pleno de interés.

Publicada póstumente, en 1964, estas memorias de Ernest Hemingway fueron escritas en el crepúsculo de su vida. De allí que las estaciones, la lluvia y el sol que pautan el jolgorio y la resaca de aquella bohemia en París de los años veinte, tengan un aspecto maravilloso. “Cuando llegaba la primavera, incluso si era una primavera falsa, la única cuestión era encontrar el lugar donde uno pudiera ser más feliz”.

Allí están los años locos y el retrato de los escritores y grandes personajes estadounidenses que buscaban en París al Paraíso después de guerra. Está Gertrude Stein, que no hablaba bien de ningún escritor “a no ser que hubiera escrito en favor de ella o hecho algo en beneficio de su carrera... Si alguien mencionaba dos veces a Joyce en su casa, no se le invitaba nunca más... Miss Stein estaba furiosa contra Ezra Pound porque se había sentado con demasiado abandono en una silla pequeña y frágil, y sin duda incómoda y que posiblemente le ofrecieron adrede, y la torció o la rompió”. A ella se debe el patrón con que los escritores estadounidenses de aquel tiempo serían conocidos para la posteridad: “Eso es lo que son ustedes. Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida... No le tienen respeto a nada. Se emborrachan hasta matarse...”.

Allí está la librería de Sylvia Beach que le permite a Hemingway leer a Turguéniev, Gógol, Katherine Mansfield. Allí está el pobre estudio de Ezra Pound y de su mujer pintora. Allí está Ford Madox Ford disertando sobre quién puede ser un verdadero caballero.

Y allí está Scott Fitzgerald cuyo “talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus alas vulneradas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”.

Publicó Lumen.



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