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Sombreros

Entre el Papa y Máxima, al cholulaje argentino (salud) se le va a dar eso de usar sombreros. Antes, un hombre no salía sin su sombrero. Y una mujer, casi tampoco. Todo vuelve: ahora mismo siento la necesidad de tener un alero para las ideas. Por suerte, tengo pocas ideas.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Sombreros
 

Todo ese ajeno mundo de la realeza (el bueno de Belgrano quería una monarquía de raíz incaica: un rey en este despelote, ¡qué inocencia!), de glamour y de la alta costura (si sos petiso o petisa, fuiste, la costura y la moda son para altos; ¿o alguno escuchó la expresión “baja costura”?) tuvo plena actualización con la asunción de Máxima, que viene a ser nuestra mínima aproximación a la sangre azul. Ahí, en la ceremonia, había sombreros por todas partes.

Respecto de estos cobertores individuales, bien conocidos son los sombreros de la realeza británica: espantosas ostentosas cosas con plumas, velos y arreglos florales. Esa cabeza ya nunca será igual.

A los diseñadores, los sombreros les encantan y si por ellos fuera, todas las mujeres tendrían sombreros.

A muchas mujeres, también, les pega bien la idea de llevar sombreros. Hay muchas mujeres que tienen bellos sombreros que no usan, porque secretamente una mujer quiere usar sombreros elegantes en alguna oportunidad, que nunca llega por estas cálidas, plebeyas y prosaicas tierras...

En cambio, desde el fondo de la historia, los sombreros masculinos tienen que ver con andar bajo el tórrido sol en expediciones, guerras, exploraciones varias. Así tenés simpáticos sombreros chinos, para tipos que andan todo el día en las plantaciones de arroz; sombreros ingleses (vienen de la bruma pero anduvieron por todo el mundo todo el tiempo), sombreros mejicanos (ahí el sol debe ser más grandote y hay que llevar sombra propia todo el tiempo), sombreros Panamá.

También hay cascos (pensados no sólo para el sol, sino especialmente para la guerra, como defensa; tengo un amigo que dice que nunca usaría uno pues no hay mucho por defender en su cabeza; y yo le digo que esa sola idea ya merece ser salvada o al menos protegida), sombreros y sombreritos rituales, y las advenedizas gorras.

Las gorras vinieron a mal suplir a los sombreros. Provienen del mundo del deporte, pero fueron adoptadas y generalizadas por su estilo casual y urbano. Así se los digo. No abundo en el tema de las gorras, porque está también la socarrona expresión de “le pusieron la gorra”; o la recaudatoria “pasar la gorra”, en fin, temas engorrosos que requieren cada una su propio toco y me voy.

A lo mejor, al influjo de la moda y el boato oficial (beato, en el caso del papa), y también al calor del sol impiadoso y la necesidad de cuidarse de sus rayos, vuelve la moda del sombrero.

Me cuentan mis ancestros, que antes, contar con un buen sombrerero (¿qué sería de Lewis Carrol y de Alicia sin el sombrerero?) era tan o más importante que tener un sastre. Los muebles venían preparados para guardar sombreros y los percheros tenían su gancho especial para sombreros. Todo eso se fue perdiendo, y quedó en el tiempo. Ahora, quizás ese mundo reaparezca...

Pero volvamos a las chicas. La mitad, ni piensa en sombreros. De la otra mitad, algunas piensan pero no se animan a comprar o a usar uno. De la mitad de la mitad que queda (un sombrerito, apenas), algunas se animan a comprar sombreros playeros y los usan en vacaciones, lejos de casa y del entorno cotidiano y de las otras señoras que con su cruel mirada desaprobarían esa cosa que lleva la osada en su cabeza. Esos sombreros vuelven con el fin de las vacaciones, pero quedan confinados para siempre.

Por último, están los sombreros de cotillón: jodones, elaborados pero baratos, menos pretenciosos y asociados con la diversión y el momento. No es necesario decir que al final uno y otros -los “reales” y los de cotillón- se parecen. Y en ambos casos déjenme quedar bien -de última: no ando bien de la cabeza- con esos sombreros, realmente parecen -son- unas reinas. Pierdo la cabeza por ustedes. Y me saco el sombrero, también. ¡Demagogo!



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