Elvino Vardaro, el violín mayor del tango
Manuel Adet
Los biógrafos discuten si nació en julio o en junio de 1905 o si murió el 5 o el 6 de agosto de 1971, pero lo que ha quedado fuera de debate es que se trata del gran maestro de los violines tangueros. Su biografía personal podría ser muy bien el pretexto para escribir la historia del tango, desde la guardia vieja a la vanguardia, desde Paquita Bernarda y Norberto Firpo a Astor Piazzolla, porque, bueno es saberlo, Elvino Vardaro estuvo en todas, su violín transitó por las grandes orquestas de su tiempo y a su lado se forjaron los grandes maestros.
Sin embargo, este protagonista excepcional del tango mantuvo a lo largo de casi cincuenta años un perfil bajo, un lugar que a un conocido crítico le permitió calificarlo como “artista secreto”, un músico refinado, talentoso, reconocido por sus contemporáneos, pero casi desconocido por el gran público. Hizo falta que el genio de Piazzolla decidiera llevarlo con él a sus diferentes experiencias musicales para que los críticos y oyentes se enteraran de la calidad musical de quien fuera calificado como el gran violín de Buenos Aires.
Elvino Vardaro nació entonces en el barrio de Almagro el 18 de junio de 1905. Su padre amaba la música lírica y en homenaje a ella le puso a su hijo el nombre de Elvino, el personaje de la ópera “La sonámbula”, de Vincenzo Bellini. Fiel a ese mandato familiar, el chico se inició con el violín a los cuatro años. Al respecto, los entendidos aseguran que tanto el violín como el bandoneón sólo se pueden aprender a tocar si el inicio se da desde la más tierna infancia. Vardaro cumplió con ese requisito al pie de la letra, incluso a pesar de que contaba con una pequeña desventaja proveniente de un accidente a los tres años, cuando perdió la primera falange del dedo pulgar de la mano derecha.
Sus maestros fueron Fioravanti Brugni, el concertista belga George Peré y Doro Gorgetti. Algún talento debe haber tenido el chico para que a los catorce años brinde un concierto en el salón La Argentina, ubicado en Rodríguez Peña al 300, el mismo salón que unas décadas más tarde, en 1946 para ser más preciso, inspirara a Héctor Varela y Carlos Waiss para escribir el tango “Te espero en Rodríguez Peña”. El debut se produjo el 10 de julio de 1919. La publicidad se hizo con la siguiente leyenda: “Recital de violín a cargo del niño Elvino Vardaro”. Entrada, dos pesos. Temas: Mendelshon, Bach y Tchaikovski.
Como tantos músicos de su tiempo, Vardaro recorrió con su violín las salas de cine mudo. Allí se encontraba con otros músicos que se ganaban la vida en esos menesteres. Uno de ellos, por ejemplo, fue Rodolfo Biaggi. En 1922 se pone los pantalones largos incorporándose a la orquesta de Juan Maglio, alias Pacho. Para esa misma época se suma al conjunto de la mítica bandoneonista Paquita Bernarda, donde conoce a un joven pianista que se llama Osvaldo Pugliese. En 1923 está con Roberto Firpo. Y en 1926, Pedro Maffia lo convoca para integrar su sexteto junto con Alfredo de Franco, Osvaldo Pugliese, Francisco di Lorenzo y Emilio Puglisi.
Ese mismo años el muchacho es contratado por la Víctor donde se va a quedar unos trece años participando de todas las experiencias tangueras promovidas por ese sello: Orquesta Típica Víctor, Orquesta Víctor Popular, Orquesta Típica Porteña, entre otras denominaciones, además de las formaciones dirigidas por Luis Petrocelli, Eduardo Pereyra y Adolfo Carabelli.
En 1929 constituye un dúo con Pugliese y en 1933 crea su propio sexteto, experiencia que no dio buenos resultados, pero que dejó para la historia “Tigre viejo”, una de sus primeras grabaciones. Lo acompañaban en esa experiencia Aníbal Troilo, Jorge Argentino Fernández, Hugo Varalis, Pedro Caracciolo y José Pascual . El sexteto debutó el 1º de abril de 1933 en el Café Germinal. Cinco años después se unió a Demare y el cantor Juan Carlos Miranda. Para ese entonces ya está consagrado como un excepcional violinista, pero la magia de la fama no llega, entre otras cosas porque no la busca.
En la década del cuarenta incursionó en el jazz en la “Brighton Jazz”. La experiencia no lo debe de haber convencido del todo porque durante esos años participará de la fila de violines de la orquesta de Osvaldo Fresedo, la orquesta de Radio el Mundo, la formación musical de Joaquín do Reyes y, por si ello fuera poco, en algún momento cruza el charco y forma su propia orquesta en Montevideo.
En 1953, Martín Darré, director del sello Colombia, le propone formar una orquesta y grabar algunos temas: “Pico de oro” de Juan Carlos Cobián y “El cuatrero”, de Agustín Bardi. Participan en esa orquesta el fueye de Antonio Marchese, el piano de César Zagnoli y el contrabajo de Alfredo Sciarreta. Es para ese tiempo que Astor Piazzolla decide convocarlo para integrar su quinteto. Corría entonces el año 1955 y Vardaro ya llevaba más de treinta años tocando el violín en las mejores orquestas. El propio Piazzolla escribirá en su homenaje el tema “Vardarito”, que contará con la interpretación magistral del único que estaba en condiciones de hacerlo: Antonio Agri.
No concluirá con Piazzolla su recorrido por las grandes orquestas. En 1957, estará con Enrique Francini, después lo acompañará a Fulvio Salamanca y será uno de los últimos violinistas de Carlos Di Sarli. Sus años finales transcurrirán en la localidad cordobesa de Argüeyo, donde se irá a vivir después de haber sido el violinista mayor de las grandes orquestas de su tiempo. Como para despuntar el vicio, en esos años dirige la Orquesta Sinfónica de Tango de la provincia de Córdoba.
Sus composiciones merecen mencionarse porque están a la altura de su genio: “Grito del alma”, "Imaginación”, “Te llaman violín”, “El repique” y “Miedo”, entre otras. Elvino Vardaro murió en esa ciudad el 5 de agosto de 1971. El crítico Luis Adolfo Sierra dijo de él lo siguiente: “De afinación perfecta, tuvo el absoluto dominio del instrumento y de los recursos de ejecución; con profundo conocimiento de todos los secretos del mecanismo violinístico. Lució siempre impecable destreza en el manejo del arco y una dúctil mano izquierda que le permitía llegar a las notas más agudas con naturalidad, su fraseo lo embellecía con el agregado de sutiles “mordentes” y “apoyaturas” de precisas realizaciones. Vibrato inconfundible y romántico lirismo en todas sus interpretaciones. Relevante personalidad, al extremo que su sonido inconfundible destacaba siempre su participación sin proponérselo en cualquiera de las tantas filas de violines que integró. Sin haber pretendido nunca un lucimiento personal, su presencia era siempre advertida. Si bien en esencia fue producto de la escuela decareana, su estilo violinístico fue totalmente distinto al de Julio de Caro”.