ANA MARIA ZANCADA
Marlene Dietrich nació cerca de Weimar, en Schoeneberg, Alemania el 27 de diciembre de 1901. Su nombre era Marie Magdalene Dietrich von Losch. Desde pequeña tuvo facilidad para la música y el canto y mientras estudiaba arte dramático integraba pequeños elencos de teatro.
Tenía solamente 23 años cuando se casó con Rudolph Sieber, un oscuro ayudante de dirección de los estudios berlineses. En 1924 nació su única hija, María, que luego publicaría una biografía de su madre, con ribetes realmente escandalosos, dando a conocer el lado oscuro de una mujer que fue capaz de crear un personaje de ficción en la vida real.
En realidad Marlene Dietrich nació de la mano del director Josef von Stenberg, quien vio en ella la materia dúctil para convertirla en super star. Verdadero Pigmalion, la hizo adelgazar 15 kilos, estilizando su cuerpo de matrona germana, tiñó su pelo de rubio, un maquillaje que acentuaba su palidez, cejas muy delineadas y arqueadas lo que destacaba aún más sus ojos de profunda mirada y párpados un poco caídos. Además se le extrajeron un par de muelas para hacer un poco más anguloso su rostro. Su voz sensual y un par de piernas perfectas, fueron el complemento ideal para crear el personaje que saltó a la fama desde “El ángel azul” en 1930, basada en la novela de Heinrich Mann “El profesor Unrath”. En ese film, Marlene es Lola-Lola, una bailarina de cabaret que enloquece a un desprotegido y solitario profesor universitario.
Luego con Stenberg rodaría siete películas en cinco años. El éxito los llevó a Hollywood, donde la contrató la Paramount, que deseaba una figura que igualara a la Garbo, en ese momento estrella de la Metro.
Persona y personaje
Muy pronto comenzó a fabricarse el mito. El inconfundible registro de su voz ronca, la perfección de sus piernas (se decía que estaban aseguradas en un millón de dólares), su profunda mirada, mezcla de somnolienta y sensual, como invitando a un encuentro prometedor, ambigua en sus intenciones, dirigido a la presa, ya sea hombre o mujer, pero con la idea inequívoca de convertirla en fantoche.
La primera película norteamericana fue “Marruecos”, dirigida por von Stenberg. Luego siguieron “Fatalidad”, “La Venus rubia”, “El expreso de Shangai”, “El diablo era mujer”.
Se sucedieron los directores: Mamoulin, Lubitsch y hasta el mismo René Clair que fueron marcando aún más los rasgos de su personalidad, o tal vez los del personaje creado en la pantalla: una mujer misteriosa, vampiresa exótica y fatal, come hombres, que escondían a la verdadera, inteligente, práctica, con toques de humor y sobre todo anti-nazi declarada, lo que le valió en su momento el repudio de sus compatriotas que la acusaron de traidora a la patria.
Su momento de gloria fue en la década de 1930-40. Ella brillaba internacionalmente y realizaba giras artísticas, películas, discos, actuaciones en vivo y el amor por supuesto.
Hubo grandes amores en su vida, pero ninguno fue el definitivo. Marlene se enamoraba y desenamoraba con la misma rapidez. Pero algunos fueron más profundos, como su relación con Ernest Hemingway. Comenzó en 1934, al parecer sólo platónico, y habría atravesado tres matrimonios del escritor. Este le envió treinta cartas entre 1949 y 1959. Luego su sentida relación con Jean Gabin, tal vez su único verdadero amor y un apasionado romance con Yul Brinner. Otros nombres que tuvieron un lugar en su corazón fueron: Orson Welles y Erich María Remarque. André Malraux dijo de ella que no era una actriz como Sarah Berhardt, sino un verdadero mito viviente, asegurando que podría destrozar corazones simplemente con su voz.
Trabajó con algunos de los más importantes directores de Hollywood, siendo pareja estelar de Gary Grant, César Romero, Gary Cooper, James Stewart, entre otros.
En 1939 obtuvo la ciudadanía norteamericana y cuando Estados Unidos entró en guerra ofreció su colaboración como artista. Estuvo entre los soldados, cantó, bailó, actuó para ellos. Fue condecorada por su país de adopción, por Israel y Francia. La canción “Lilí Marlene” fue como un himno para las tropas.
En 1959 visitó la Argentina y actuó en el Opera luciendo un suntuoso y largo tapado de zorros blancos y un ceñido vestido de lentejuelas y encaje. Foto: Archivo El Litoral
En 1957 demostró nuevamente sus condiciones actorales en “Testigo de cargo”, compartiendo cartel con Tyrone Power y Charles Laughton, bajo la dirección de Billy Wilder.
En 1959 visitó la Argentina y nuestro público disfrutó de ella tal como era, graciosa y aguda, elegante, todavía haciendo gala de su fascinación. Actuó en el Opera luciendo un suntuoso y largo tapado de zorros blancos y un ceñido vestido de lentejuelas y encaje.
A principio de los ‘60 decidió abandonar el cine ocupándose más de su faceta teatral. Retornó en los ‘70 con “Gigoló” un film de David Hemmings, co-protagonizada por David Bowie y Kim Novak.
El mito
Ya convertida en mito, tuvo conciencia de la edad, del paso implacable del tiempo. Sus propias palabras: “Las arrugas en la cara de los hombres se consideran un signo de carácter, en la cara de las mujeres un signo de la edad”. O sobre la edad: “Aunque la gente que envejece diga lo contrario, todos añoramos nuestra juventud una vez que la perdimos. Afirmar que con la vejez llega la sabiduría no ayuda en nada”. Ella sintió que llegaba esa vejez y se enclaustró en un elegante departamento de la Avenue Montaigne en París. Nadie pudo quebrar su aislamiento; sólo Maximilian Shell lo hizo en 1983. Las negociaciones fueron arduas y bajo estricto contrato, el actor-director pudo convencer a la diva. El resultado fue un reportaje cinematográfico en el que ella no se deja ver nunca. Sí aparece de espaldas y su voz ronca inunda la pantalla con cada respuesta que da. Así va reconstruyendo su carrera cinematográfica, sus éxitos, sus fotos perfectas, calculadas, actuadas, siempre en función del mito creado. El contrato se cumplió a rajatabla. Hablarían tres días en inglés y tres en alemán. La película tenía que durar sólo noventa minutos.
En una nota de Hugo Beccacece publicada en 1988, éste reproduce al pie de la letra un tramo del film en el que Marlene, a pesar de toda su dureza, a pesar del tono malhumorado que campea en la película, finalmente se quiebra cuando Schell insiste en que entone la poesía preferida que le recitaba su madre.
Luego el final, el ostracismo total, hasta con biombos en las ventanas para que ningún teleobjetivo reprodujese su envejecida imagen. Sólo una sombra, un recuerdo, un fantasma. Sus últimos amantes fueron el alcohol y los barbitúricos.
Murió un 6 de mayo de 1992, a los 91 años. Si bien ella eligió el cementerio de un pueblito francés para sus restos, los alemanes finalmente repatriaron sus restos a Berlín. Y como homenaje, la Comisión de Cultura del Parlamento Alemán propuso que el día del aniversario de su muerte sea nombrada “Ciudadana de honor”, distinción que ella había rechazado en 1989, simplemente por no querer mostrarse ante las cámaras. Fue un mito inalcanzable, hasta el final.