Florencia Nova
Algunos hablan de ellos mismos con naturalidad y cuentan sobre sus vidas, pero otros muchos se sienten más fluidos hablando de otros.
Los lugares que congregan gente desconocida por bastante tiempo, son ideales para despuntar el vicio del chisme. Pasa en consultorios, oficinas, colas en los bancos; y las peluquerías son la meca de esa adicción. Me pasó que apenas llegada a la mía, quien habitualmente se encarga de mis canas, me atajó con un ‘¿conocés a Fulanita?‘. Ante mi respuesta negativa siguió, ‘no importa, te cuento, acaba de divorciarse porque lo encontró a su marido de trampa con su amiga de toda la vida‘. Sólo me sale un ‘¡Ah!, ¡que triste!‘ No conozco a Fulanita, menos a su marido y, aunque los conociera, no monopolizan ese tipo de historias: a muchos les pasó.
Sigo simulando leer una de esas revistas que uno sólo ojea mientras espera y literalmente finjo, porque veo tan poco que apenas puedo distinguir borrosas fotos -y, con suerte algunos títulos- cuando me dispara ‘me enteré de lo tuyo. Me lo contó Chabela... no te preocupés, Dios va a querer que no sea nada.‘ No entiendo qué me dice ni tampoco comprendo por qué Dios tendría que ocuparse de mí con el trabajo que tiene. Mientras poda mi pelo sigue, ‘sí, me contó lo de tu problema‘.
De pronto adivino de qué habla; mi ginecólogo me encargó un estudio especial, preventivo, porque quiso asegurarse de que algo que vio en una ecografía no me trajera problemas; una de las tantas contingencias por las que tenemos que pasar las mujeres. Por suerte todo estaba en orden y el hecho, del que comenté poco y a pocos, quedó en anécdota. Trato de explicárselo a la experta en canas, pero por la cara que pone creo que piensa: ‘Pobre, le están mintiendo, seguro que no tiene cura‘
Desisto de seguir explicando. Ya no me importa que me crea.
Chabela es, hasta donde creo, amiga mía o por lo menos, alguien que consideraba me tenía afecto. Al mismo tiempo que noto la imprudencia de ‘mi amiga‘, descubro que ella nunca habla de si misma, de sus gustos o de sus angustias. Advierto que siempre cuenta cosas que le pasan a otros, a amigos suyos o conocidos; y le pone más énfasis si esas cosas son tristes, morbosas o ridículas. Descubro también que con frecuencia, antes de empezar su discurso antepone un ‘no contés nada... me lo dijeron en confianza‘
Casi nunca retengo lo que me dice porque no me interesa saber de personas extrañas; lo que no significa que sea impoluta, sino que la curiosidad no es mi fuerte. Presto atención a mi entorno circunstancial y observo que son muchas las que hablan de otros. Intercalan divorcios, muertes, enfermedades de extraños, con los detalles del casamiento del Príncipe Alberto. Es sorprendente la cantidad de gente que se siente obligada a hablar aunque no tenga nada interesante para decir.
Igual que los programas de chimentos de la tele donde ventilar intimidades ajenas requiere de poco talento y de una producción barata, a los chismosos les faltan vivencias propias y su mayor virtud es tener una lengua larga y floja dispuesta a actuar en cualquier momento y lugar.
Pero no me calma ningún análisis sobre la condición humana y sigo sin controlar mi bronca con Chabela. Creo que si cuando salgo la encuentro, lo primero que le digo es: “Si no tenés una vida de la que hablar... ¿por qué no te la inventás?”.