Llegan cartas
Una mirada al futuro
Ana M. García Chiavarini (*)
Es bastante común que escuchemos sobre la importancia de vivir el hoy, que el pasado ya fue, que el futuro no llegó aún; lo que importa es el hoy, el presente. Este análisis me resulta finalmente engañoso, porque nos impide ver ..o nos olvidamos que el presente, de muchas formas, marca indefectiblemente, implacablemente el futuro.
Hace unos días, en un barrio cercano a la casa de cualquiera de nosotros, ocurrió algo que de tanto en tanto pasa en otros lugares... lejanos, pero que igualmente nos llega mediante las noticias de primera plana: “Un hombre mató a su hijo de solo 3 años...” esta vez, es probable que el autor resulte un vecino conocido, o un niño que va al jardín con uno de nuestros hijos o nietos, en fin... Y retomo mi primera reflexión porque pensé: “un hombre en ese espacio de ‘su presente’ y en el de su familia, golpeó sin frenos a su hijo, a un niño de 3 años y a su hermano. En ese mismo momento, el futuro de todos cambió para siempre”. Víctimas directas o testigos del horror, Ignacio y Valentín estaban llenos de vida, de potencialidades aun no desarrolladas. Ignacio dejó de existir, de ser, de continuar creciendo como la naturaleza manda y de formar ese ser humano que estaba destinado a ser y sus hermanos llevarán grabada en su historia de vida esta situación.
Me resulta tremendo pensar en la proyección del asesinato de tantos sueños. Hace muchos años que mi trabajo me pone en contacto con historias de violencia familiar, a veces no tan extremas pero siempre dolorosas. Es común para mí en jornadas de estudio referirme a la “punta del iceberg” y graficar con una pirámide el maltrato infantil. Hoy digo que allí, en esa visible punta se encuentra Ignacio, un niño muerto, un futuro roto a manos de un adulto que debía cuidarlo, protegerlo para que pudiera continuar con su tarea de desarrollo hasta convertirse en un ser humano responsable y comprometido, con objetivos tanto individuales como sociales. Ignacio no va a estar mañana ni para sí mismo, ni para su familia, ni en su barrio, ni en su escuela, no será un estudiante secundario, no podrá ir la universidad, o trabajar, no tendrá hijos, ni la oportunidad de mejorar la sociedad en la que nació. Su padre le quitó todas esas posibilidades. Por debajo de él, están todas las situaciones que van formando esta pirámide que tiene una enorme base de pequeñas violencias.
Me pregunto ¿Es necesario que muera un niño para reconocer que es el “ciudadano olvidado”?
Comparto el análisis que en este mismo diario hizo una colega cuando menciona “el fracaso”; un caso denunciado por día es otra vez la cima de la pirámide. Un niño muerto es el fracaso de la responsabilidad de toda una sociedad, de todas las políticas que no pudieron detener esa violencia contra el niño, en este caso, Ignacio, pero él es representante de una población enorme (infancia) que no tiene voz ni voto, no figura en las listas electorales. Sin embargo aquellos niños y niñas que sobrevivan a la indiferencia, a la neutralidad de quienes tienen la “obligación de protegerlos”... serán los hombres y las mujeres de mañana, en este punto, el futuro es hoy.
(*) Psicóloga - Mat. 38 - Colegio de Psicólogos 1º Circunscrip. Santa Fe