Rogelio Alaniz
Se ha dicho que los partícipes reales de la ejecución de Vandor fueron Rodolfo Walsh, Carlos Caride y Dardo Cabo. Equivocado. Por malas y buenas razones. En estos temas, la realidad empieza a confundirse con la leyenda y, a veces, con la mala fe. Carlos Caride había sido detenido en abril de 1969 y recién recuperó su libertad el 25 de mayo de 1973, razón por la cual es imposible que haya participado de la “Operación Judas”. Dardo Cabo hacía un mes que había dejado la cárcel luego de cumplir una condena por la participación en el Operativo Cóndor. Según se dice, Vandor lo reconoció, pero resulta raro que alguien que desde chico correteaba por los pasillos de la UOM haya entrado al sindicato y nadie lo haya reconocido. Asimismo, es por lo menos discutible que después de haber estado casi tres años detenido, se haya sumado a un operación de esta envergadura a las pocas semanas de recuperar la libertad.
Respecto de Rodolfo Walsh, es por lo menos opinable que para esa época haya tenido preparación militar, si es que alguna vez la tuvo. ¿Era o no un hombre de acción el autor de “Operación masacre”? No tengo información disponible para responder a ese interrogante. Un intelectual suele hablar de la “dialéctica de las pistolas”, pero es muy raro que transforme sus palabras en actos. De todos modos, no se debe olvidar que en su primera juventud Walsh militó en la Alianza Libertadora Nacionalista, un grupo de choque de abierta filiación fascista donde los ascensos se ganaban no con los libros escritos sino con la cachiporra, la cadena o la 45. De todos modos, llama la atención que haya participado en un operativo con Dardo Cabo cuando en su libro “Quién mató a Rosendo”, sugiere que Armando Cabo, padre de Dardo y veterano dirigente sindical, fue uno de los principales responsables de lo ocurrido.
Walsh, pero sobre todo Caride y Cabo, fueron una expresión de esa singular experiencia del peronismo en la resistencia, experiencia en la que el fascismo, la rebeldía, los primeros balbuceos socialistas, el fusil y la manopla, la pistola y el “caño”, el combatiente y el servicio de inteligencia, se confundían. Hay una foto que los muestra en las Islas Malvinas a Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez. Son jóvenes, valientes y peronistas. Sonríen. Es una sonrisa insolente y feliz. La foto es de 1966. Años después, estos tres militantes combatían en trincheras opuestas. Giovenco murió en 1974 desangrado cuando le explotó una bomba que, según se dijo, iba a colocar en un local de Montoneros. Rodríguez fue guardaespaldas de Lorenzo Miguel y terminó asesinado por una banda del mismo grupo en que militaba Giovenco. Dardo Cabo fue asesinado en enero de 1977. Estaba detenido por los militares y, según el parte oficial, intento “fugarse” cuando los trasladaban a la Penintenciaría de La Plata. En realidad no intentó fugarse, le aplicaron la “ley de fugas”, que no es lo mismo.
Cabo, Giovenco y Rodríguez. Tres historias con finales diferentes protagonizados por hombres que en el fondo o al principio creyeron lo mismo. ¿En el peronismo o en los fierros? Probablemente en las dos cosas, pero en algún momento los “fierros” fueron más importantes que el peronismo, que los afectos, que su propia vida. Ese culto a la violencia y a la muerte, ese “vivir peligrosamente”, es lo que los acerca al fascismo. .
Caride, por ejemplo, estuvo en Taco Ralo, se identificó con Montoneros, fue uno de los tantos militantes expulsado de la Plaza de Mayo por Perón y concluyó sus días asesinado por la dictadura militar. Sin embargo, su bautismo de fuego lo tuvo en un acto organizado por el peronismo en la Facultad de Derecho de la UBA en 1962, ocasión en la que se produjo un tiroteo entre reformistas de la FUBA y “fachos”. Como consecuencia de la balacera, fue muerta la estudiante Beatriz Malena y la policía siempre le imputó a él ese crimen.
Continuemos. Otra versión asegura que los integrantes del denominado Ejército Nacional Revolucionario (ENR) fueron, entre otros, Horacio Mendizábal, Norberto Habegger, Raimundo Villaflor y Roberto Perdía. La mayoría de ellos se integrarán más adelante a Montoneros, pero a través de la estructura política que crearon esos años: “Descamisados”.
Lo que llama la atención, es que el ENR se hizo responsable públicamente de la muerte de Vandor el 7 de febrero de 1971, un año y medio después. ¿Por qué tanta demora? No hay respuestas satisfactorias a este interrogante. Tampoco habrá respuestas a la muerte de Aramburu o a las reuniones secretas mantenidas en París por Massera y Firmenich. Nos guste o no, toda la saga revolucionaria del llamado peronismo en la resistencia está contaminada por sospechas de este tipo. La militancia abnegada, la entrega generosa a una causa, se confunde, en más de un caso, con sospechas terribles. No puede decirse lo mismo del PRT. Santucho no era Firmenich. ¿Por qué esa diferencia? No hay una exclusiva respuesta, pero lo cierto es que la diferencia ética era notable. A un amigo periodista que conocí Alemania y me preguntó algo parecido, le dije, como para salir del paso, que la diferencia ética entre Santucho y Firmenich es similar a la que existe entre un lector de “Su moral es la nuestra”, de Trotsky o de los “Manuscritos filosóficos de Marx, y “La razón de mi vida” o “Conducción política”. O entre un marxista y un peronista. Hasta el día de hoy mi amigo no sabe si mi respuesta fue o no un chiste. Yo tampoco lo sé.
Vandor fue ejecutado y Montoneros se hizo cargo de su muerte, como luego lo hará con la de José Alonso, ocurrida el 27 de agosto de 1970. El asesinato de Alonso fue relatado hasta con detalles por la revista oficial de Montoneros, “El Descamisado”. El texto chorreaba morbosidad y sangre. Era, más que un relato, una provocación política. Ya para esa fecha Montoneros suponía que el mejor aporte que se podía hacer a la revolución nacional era derrocar a Isabelita, “Que se vaya la Martínez”, pintaban en las paredes los herederos ideológicos y políticos de quienes ahora acusan de destituyentes a quienes se atreven a criticar al gobierno de los Kirchner.
A esa operación suicida y golpista, los muchachos la justificaban en nombre de la teoría de la agudización de las contradicciones. El mismo argumento, con los mismos resultados, usarán para decretar la contraofensiva bajo el supuesto teórico de que la dictadura militar estaba acorralada. El relato que justifica la muerte de los sindicalistas hablaba de castigar a los traidores. Tres años después del “Operativo Judas”, las consignas de Montoneros eran más elocuentes: “Rucci traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. Y le pasó.
La línea oficial de Montoneros en este tema era la de ejecutar a los dirigentes sindicales traidores. Lo decían y lo hacían. A los nombres de Vandor y Alonso se sumaron luego los de Klosterman, Coria y Rucci hasta sumar alrededor de 37 dirigentes. Como me dijera un amigo peronista no alineado con Montoneros: “Curiosa estrategia de liberación que se fundaba en el asesinato de dirigentes obreros”. Para luego concluir con cierto tono irónico: “Sólo a cristianos torturados por la culpa y el pecado se les puede ocurrir matar a Coria cuando ya estaba alejado del gremio”.
Montoneros les imputaba a los sindicalistas llevar adelante la estrategia del imperialismo en el movimiento obrero. Las palabras más suaves que les decían eran “traidores”, “corruptos” y “confidentes policiales”. A decir verdad, estos dirigentes algunos méritos habían hecho para recibir semejantes imputaciones, pero sus errores o sus vicios no se corregirían matándolos sino derrotándolos en sus sindicatos, una estrategia más larga, más incierta y que reclamaba paciencia, una virtud que los dirigentes de Montoneros nunca tuvieron. Por el contrario, a medida que el proceso se complejizaba la impaciencia trastrocó en histeria, en histeria criminal en más de un caso. El asesinato en nuestra ciudad del sindicalista del gremio de la Madera, Juan Mario Russo, sólo se puede explicar desde la histeria y la alienación.
En el caso de Vandor, se trataba de un gremialista inteligente, capaz de hacerse respetar y, por supuesto hacerse odiar. A quienes lo acusaron de corrupto y multimillonario la historia les demostró su error o su mentira. Vandor no dejó fortuna, ni siquiera le dejó recursos económicos a su familia, a su mujer, Élida Curone y sus dos hijos: Marcela y Roberto. Algo parecido puede decirse de Rucci y Alonso. Se trataba, en todos los casos, de dirigentes sindicales peronistas cuyos errores y aciertos provenían de su ideología, de su manera de entender la actividad sindical y de su práctica política.
(Continuará)