La suprema levedad del corcho
Hay que reconocer en Repetto a un creativo de la televisión, sostiene el autor. Foto: Gentileza Telefé
Roberto Maurer
El fracaso puede resultar más excitante que el éxito, y con tal expectativa reapareció Nicolás Repetto, alguien que se familiarizó con la derrota sin perder el talante ganador de quien alguna vez obtuvo el Martín Fierro de Oro. Luego de siete años bíblicos de adversidades (Dominico, Circo Criollo, ¿Querés jugar? y Nico trasnochado), ha recauchutado “Sábado Bus”, su suceso de hace una década.
Hay que reconocer en Repetto a un creativo de la televisión, ya que en sus ciclos, aceptados o no por el público, siempre hubo espacio para lo novedoso y el debut de artistas desconocidos que después harían un buen recorrido. Además, su nombre ya se inscribe en la historia de la tele como uno de los productores de “Cha Cha Chá”, uno de los mejores programas cómicos de la pantalla chica argentina, o de los tiempos en que la pantalla no superaba las 29’’.
TRAS LA REIVINDICACIÓN
Buscando la revancha, su nuevo “Sábado Bus” (Telefé, sábados a las 20.30) es igual al viejo, pero sumando los avances de la tecnología, a los que cabe añadir algunos pocos centímetros de los sectores más empulpados de chicas que hace diez años estaban negados a la mirada del televidente. En el primer programa, esta audacia estuvo representada por la seductora Mónica Antonópulos, la codiciosa abogada lesbiana de “El elegido”, en una sesión de fotografía con Gabriel Roca. No es ajena a la experiencia de striper: ya hizo una tapa de Playboy.
No solamente hubo cuerpos femeninos, ya que el modelo y actor Cristian Sancho, en un portfolio titulado “MachoBus”, apareció como un sexy domador de caballos, y luego bajo la ducha, en cueros, frotándose el jabón con delectación erótica y exhibiendo una buena parte de sus glúteos.
A estas superficies desnudas podría añadirse las de Luciana Salazar, que ya no son novedad: fueron recorridas por la vista en formatos y ocasiones incontables, y resultan tan familiares como las baldosas del patio de la casa de uno. En la sección “MuñecaBus” ofreció un fatigado número hot en el cual se convirtió en “Luli Perrita”, una especie de Barbie muy festejada y cuya caja abrió Alfio Basile. Como se observa, el choque de culturas es una de las claves de “Sábado Bus’’, cuya convocatoria es pluralista, aunque limitada a la franja de la farándula. Los ya citados compartieron la mesa con Cecilia Roth (de quien Nico divulgó que hace 25 años fueron novios), Lito Nebbia (hubo una edición de su difundido “Sólo se trata de vivir” interpretado en distintos lugares del país por músicos de géneros diversos, en la sección “Un sentimiento inolvidable”), el tímido Martín Palermo (se le dedicó la sección “En primera persona”, sobre sus sensaciones en el día de la despedida), y la inclasificable Chechu Bonelli (una diosa que, entre otras habilidades, juega al fútbol, y que fue llevada a Egipto donde, como en los viajes de Marley, pudimos curiosear en las culturas inferiores y utilizarlas para reírnos sin llegar al racismo).
El elenco se completó con Pablo Echarri, la figura hegemónica de la noche, el único que pudo entrar a la cocina donde el chef elabora un plato distinto para cada invitado, y quien recibió un extenso mensaje de su esposa Nancy Dupláa, que exaltó a su marido como padre, cónyuge, actor, productor, compañero y ser humano en general, justo en el momento en que a Echarri se le atribuye un romance con Paola Krum, su compañera de rubro en la tira que protagoniza y produce. Según versiones, es un invento para subir el rating. ¿O la esposa legal apareció para marcar territorio? Al público lo hacen vivir envuelto en ficciones, donde resulta difícil distinguir entre lo falso y lo verdadero. De todos modos, ¿no da igual? Cuando terminó el discurso sensiblero, mientras se secaba una lágrima, Echarri dijo:
—Quiero decirte una cosa, Nico: yo amo a esa mujer.
JUNTA DE FAMOSOS
Imponente como una sesión de las Naciones Unidas, “Sábado Bus” es una junta de famosos sobre una plataforma giratoria, en un estudio inmenso donde las cámaras pueden girar en 360º, con público, banda en vivo y diez azafatas semidesnudas que, por momentos, se parecen a un grupo de mujeres sometidas a una forma simpática de la esclavitud, en una escenografía donde escenarios metropolitanos son dibujados por una iluminación de diodos emisores. Rodeando a las celebridades, el público aparece como asomado para disfrutar del privilegio de encontrarse a pocos metros de sus favoritos. Ellos se ofrendan en ese clima poco verosímil del “todos somos maravillosos y nos queremos tanto”.
Sin embargo en tal producción de complejidad asombrosa, lo principal descansa en arrojar un corcho para acertar en una copa. Es coronación de la noche, es decir, el viejo juego del corchito que, al fin, responde al antiguo teorema de Sofovich y la Manzana: el gran secreto de la tele se encuentra en las cosas simples. La ganadora fue Luciana Salazar, que se llevó un Chevrolet cero kilómetro.
Es difícil sustraerse a la atracción de un show caudaloso, construido como una corriente continua de sorpresas, brillo y movimiento. Luego de dos horas y media de destellos sin descanso, la sensación es de haber asistido a un acto insustancial. Al fin, ¿el infantilismo no sería la naturaleza misma de la tele, cuyo poder de seducción puede ser reducido a un simple corcho?