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Del viento sutil

Por Ana Bugiolacchio

“Lo leve de los siglos”, de Raúl García Brarda. Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2010.

Una nitidez intermitente e iluminada dibuja un patio que se repite siglo a siglo en la levedad de una tarde de sol. La simplicidad de un mate conversado y amigo puede lograr el hechizo de fugar el tiempo y otorgarle la reversibilidad que da el olvido.

Pudiendo olvidar, García Brarda recuerda y -como dice Concepción Bertone, en el bello prólogo que acompaña esta edición- lo hace a través de la poesía: “Quizás la poesía sea la forma de recuperarlo todo nuevamente, no en la evocación de lo perdido sino en la expresión de lo real, en esa energía creadora”. Energía creadora que transforma lo leve del recuerdo en relámpago de vida, en fijeza en vez de temblor, en iluminación en vez de oscuridad.

En este lenguaje “vivo” de su poesía-cuerpo, el poeta recupera todas esas cosas que nombra a la vez que se deja llevar por el discurrir temporal. El recuerdo deja de ser leve y borroso para hacerse sólido y vibrante a través de la presencia de esos amigos que son convocados a la cita.

El tiempo se transforma en elástico al hacerse presente “casi al caer/con el suelo cercano/sosteniendo” en el sutil viento que hamaca seres y cosas. Es el mismo viento que viene de antes y discurre hacia el lugar que habitan las flores, los parques o el sueño.

Todo lo que llega a través de este ensueño poético es leve e intacto porque “este poema es un solo para seguir viviendo”. No hay nostalgia por la pérdida de las cosas o los seres porque permanece el ensueño que sirve “para seguir viviendo”.

Escuchamos acercarse potente la trompeta de Louis Armstrong acompañando al malogrado cuerpo de Levi cayendo en la misma tarde en que dejaron de oírse los gritos de Auschwitz.

Un mate amargo espera sediento la boca que llegue a callar los sonidos de infinitos trenes y caballos llegando.

El “destello nítido” de algo sucediendo mientras recordamos o inventamos simula el parpadeo en que dos paraísos se encuentran enredados en el manubrio de una bicicleta. En ella escapamos hacia el sueño poético que es eterno. Mientras se oyen potentes las notas cadenciosas de un tango de Gardel, Paul Newman se acerca a una cabina telefónica y una última pincelada de fuego brilla en los labios de una mujer. En la nitidez de esas formas intensamente presentes, parque, lluvia, niebla y bruma se complotan para que seamos jóvenes nuevamente.

Del viento sutil



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