Crimen y misterio en una obra maestra de la pintura
Una escena de la película Rembrandt’s J’accuse, en la que el director Peter Greenaway recrea la época en que el artista holandés pintó el cuadro “La ronda de noche” (1642).
Foto: Agencia Télam
Laura Osti
Peter Greenaway es un director extremadamente personal. Expresa a través del cine sus obsesiones, que tienen que ver fundamentalmente con el lenguaje de la imagen y la importancia de la mirada. Por eso, en Rembrandt’s J’accuse confluyen de manera concentrada esas cuestiones que lo ocupan y desvelan.
Mediante la técnica mixta de documental y ficción, hace una lectura interpretada del cuadro La ronda de noche, del pintor holandés del siglo XVII, considerado uno de los mayores maestros del barroco, un estilo pictórico que parece hecho a la medida de la mente especulativa de Greenaway.
El director aparece en el centro de la imagen hablando durante los 90 minutos que dura el film, explicando su interpretación del cuadro, mientras el resto de la pantalla recurre a otras manifestaciones que ilustran el pensamiento expuesto por Greenaway. Enfoques parcializados de la obra, alusiones a otros cuadros del mismo pintor, a otros genios de la pintura y sus obras, dramatizaciones con actores que representan a los personajes de la pintura y a otros que parecen salidos nada más que de la imaginación del cineasta, intervenciones varias.
Una suerte de vivisección de la obra y un collage de recursos para comunicar las ideas del director, organizado mediante la sucesiva exégesis de 31 misterios escondidos en el cuadro, cuya significación última será recién comprendida por completo cuando se arribe a develar el misterio número 31, sin el cual, según la visión de Greenaway, todo lo demás no tendría sentido.
Desentrañar la tesis
Detalle por detalle, como un profesor de arte ante una audiencia de discípulos, el director va desentrañando su tesis: a través de esa obra, cuyo título fue impuesto años después de ser concebida, Rembrandt hace una denuncia pública de un crimen que se cometió en la sociedad de su época.
Greenaway sostiene que la estructura de La ronda de noche es teatral y que cada personaje expresa una parte de un guión que alude a circunstancias conocidas por todos en ese momento. Y aun más, afirma que, a raíz de esa denuncia, que incomodó al poder político del momento, el pintor cayó en desgracia y empezó a perder estatus y fortuna, supuestamente en castigo por haberse permitido semejante audacia.
De modo que el director galés va organizando la narración como un relato lleno de intriga, articulando cuestiones referidas a los rasgos de estilo del pintor así como a datos biográficos e históricos, y a otra información disponible acerca de la personalidad de Rembrandt y características de la época.
El caudal informativo por momentos es abrumador y la atmósfera visual que consigue Greenaway reproduce de alguna manera el universo Rembrandt, por lo cual la misma película es susceptible de someterse a diversas interpretaciones, imbricadas unas en otras, teniendo en cuenta la más evidente que sugiere cierta autorreferencia proyectiva de la personalidad del director en la figura del pintor.
Se trata de esos experimentos que solamente pueden interesar a los amantes del arte pictórico y de una especie de erudición glotona que necesita exhibirse a través del análisis hermenéutico de una obra ajena, que sugiere y alude a un universo significativo que la trasciende en el tiempo y en el espacio.