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Agresiones tensan la escena política

Dos episodios de violencia enrarecieron el clima político y dejan abierto hacia el futuro un serio interrogante. Se trata de las agresiones de las que fueron víctimas los dirigentes del peronismo disidente, Felipe Solá y Eduardo Duhalde. Como se sabe, ambos exhiben una larga trayectoria política, los dos han sido gobernadores de la provincia de Buenos Aires y han anunciado su voluntad de ser candidatos presidenciales en 2011.

En el caso de Felipe Solá, una patota de sindicalistas de San Nicolás le impidió realizar un acto proselitista. Abundaron los insultos, las amenazas y finalmente el dirigente decidió realizar el acto en otro lugar.

Duhalde, por su lado, fue “escrachado” a la salida de un canal de televisión. Según sus propias denuncias, los grupos que promovieron estas acciones tributan al oficialismo y son financiados por él.

Habría que señalar, por último, que Adepa ha denunciado los atropellos que desde el oficialismo se hace contra periodistas considerados opositores. Sería una exageración decir que los Kirchner han dado la orden de agredir a Solá y a Duhalde o la de perseguir a periodistas, pero también sería una ingenuidad desconocer que ciertos dirigentes no necesitan de órdenes particulares para actuar, porque saben o presienten que las decisiones que tomen serán bien vistas por sus superiores. También saben que nadie les impedirá actuar, de modo que por acción u omisión saben que tienen carta blanca para presionar o agredir.

Los Kirchner y sus seguidores han hecho del conflicto uno de los fundamentos de su acción política. No es la primera vez que políticos, sindicalistas o piqueteros comprometidos con el oficialismo atacan a sus adversarios. Sus teóricos justifican estas acciones en nombre de unas supuesta “movilización de las masas”. También han llegado a calificar a estos hechos como “acciones de autodefensa”. En cualquier caso se trata de diferentes denominaciones para referirse al mismo objetivo: la defensa del poder mediante el disciplinamiento de la oposición. A esta estrategia los Kirchner la trabajan a través de diversas tácticas. Desde el manejo discrecional de la “caja” hasta la movilización de incondicionales, todo confluye a un propósito que, según se mire, apunta en una doble dirección: intimidar y someter a los opositores, y presentarse ante la sociedad como efectivo garante del orden.

Uno de los fundamentos más fuertes del poder kirchenrista es plantearse como la única opción política capaz de asegurar la gobernabilidad. El “conflicto permanente” es, en definitiva, un modo de concebir el poder y, por supuesto, de manipular a la ciudadanía. En este sentido no habría que descartar que las referidas provocaciones preanuncien una escalada de conflictos que apunten a sobresaltar a la sociedad y predisponerla a un reclamo de orden a cualquier precio. En esta hipótesis, ante una oposición fragmentada y sin liderazgo visible, los únicos que asegurarían una instancia de orden serían los Kirchner.



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