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En la ciudad del Cabo... se acabó todo

Dios es argentino pero el fútbol fue alemán

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Mientras el Seleccionado de Maradona no pudo nunca poner un jugador mano a mano de manera clara y contundente, Alemania pegó con manos de nocaut cada vez que pisó el área de Argentina. El 4-0 puede parecer amplio y desubicado pero la victoria alemana fue indiscutible.

Foto: EFE

Darío Pignata

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Lo peor que podía pasar era arrancar perdiendo con un gol de entrada. Y pasó. Lo peor que podía pasar era que nos hicieron un gol como todo el mundo suponía que Alemania hace los goles: de cabeza, después de un córner o un centro de los costados. Y pasó. Lo peor que podía pasar era que Messi jugara el partido más flojo de todos en la Copa del Mundo, sin poder hacer nada. Y pasó. No hubo equivalencia en nada. Está claro que no alcanza, en este tipo de nivel, con correr todas, tirarse al piso, poner en las divididas. En este tipo de circunstancias, los equipos que hacen historia tienen un plus. O un gran funcionamiento colectivo, o una gran figura desequilibrante. No tuvimos ninguna de las dos cosas.

Todo lo otro fue previsible. Que el equipo no tuviera salida por las puntas, donde Heinze y Otamendi son zagueros. Que Maxi se cerrara de cinco y el equipo quedara sin nadie por derecha, hasta que Diego se dio cuenta y cambió los volantes de lado, pero ya habíamos perdido media hora de juego en una Copa del Mundo.

Diego es lo del final: el respaldo a los jugadores, el beso, el abrazo, la motivación permanente. Por eso no tocó nada en el entretiempo, cuando cualquiera hubiera quitado a Otamendi: jugaba mal, defendía peor y estaba amonestado. Pero prefirió bancar a los jugadores. Como lo hizo con Heinze antes y con Demichelis ahora, en el centro de las críticas.

Es imposible no arrancar o terminar en Messi. Está claro que en Barcelona tiene funcionamiento de equipo, entendimiento con compañeros y un tiempo de trabajo que en la Selección no tuvo ni tendrá. Y que Messi no es Maradona. Porque ése es el problema nuestro. O por lo menos el mío: esperar de Lionel algo de lo que hizo Maradona en el corazón de una Copa del Mundo.

Hay algo que puede considerarse como lo imprevisible del juego, entre el nerviosismo y la impotencia por estar abajo a los dos minutos. Y quien jugó lo sabe. Por eso a Tévez le rebotaban todas, Higuaín vivió en el off-side permanente y así con todos. Pero, por error propio de ubicación o por falta de indicación del banco, no se entiende que Messi haya jugado todo el partido de doble cinco. Lejos de donde puede dañar. Fue más pasador que jugador. Y eso, para el mejor jugador del mundo en equipo, es un pecado poco entendible.

¿Que le pusieron una marca tipo estampilla en los primeros minutos?... ¿Que luego lo controlaron bien en zona escalonada? Me parece que hay cuestiones obvias: era esperable que tomaran recaudos ante tanta técnica en potencia. El balance marca que Messi se va de la Copa del Mundo sin goles y sin tanto brillo. Atendible al que apunta que aquí no tiene socios. Pero uno esperaba algo más. Aunque más no sea esa rebeldía de potrero para encarar hacia adelante, perderla por intentarlo, hacerse pegar, hacer amonestar a algún rival. Insisto, quizás mi error era esperar de Messi algo de lo que alguna vez hizo Diego en el Mundial. Es que todos esperábamos que explote, que tuviera “su partido”, que el sueño se hiciera realidad. Tampoco pasó.

La generación maldita

Brasil llamó a sus equipos desde México “70 a USA “94 como “La generación maldita”. Cuando no quedaba ya más por cambiar a jugadores y entrenadores, Parreira echó al cocinero porque considerarlo “mufa”, mala suerte o “yeta”. Son argumentos coloridos y folclóricos, inexistentes en la alta competencia. El folclore convive en un deporte como el fútbol más que con ningún otro en este país. Se sabe y está claro. Pero en cuartos de final de una Copa del Mundo no hay cábala que valga. Pesa lo individual, lo estratégico, lo colectivo, la táctica y las individualidades. No discutimos ningún rubro. Nos ganó en todo Alemania. En las tarjetas por los puntos y en el nocaut por el gol a los dos minutos.

En el complemento, más allá de la reacción hormonal de Argentina, los alemanes levantaron un muro impenetrable. Por momentos, pareció que jugábamos al handbol, pero sin poder entrar al área. Lateralizando de un lado para el otro. Apenas Di María se dio cuenta que había que patear de afuera si no se podía entrar.

Con Zanetti y Cambiasso afuera de la lista definitiva, es la “Bruja” Verón acaso el símbolo más claro de la continuidad de este proceso que empezó en los últimos años y que nos frena —en el mejor de los casos— antes de las semifinales desde Italia “90 para acá.

Ni con la mano de Dios que es Maradona, sentado en el banco, se pudo romper el embrujo. Seguramente, como lo marca la publicidad de TyC Sports, los jugadores argentinos seguirán ganando títulos con sus clubes en las mejores ligas del mundo. Como lo hicieron Messi, Tévez, Milito y compañía.

Son los mejores del mundo... en equipos. No hay caso con la Selección, como si la camiseta achicara en lugar de agrandar. Diego giró la motivación en que todo el país estaba detrás y así fue. No había un alma entre las once de la mañana y la una de la tarde.

El resultado del 4-0 es escandaloso, aunque alguien diga que por el trámite y por el porcentaje de tenencia de pelota “no fue para tanto”. Pero duele por donde se lo mire. Se probó con un obsesivo táctico (Bielsa), con un formador de inferiores (Pekerman), con un viejo zorro (Basile) y con un novato (Maradona). Nadie tiene la fórmula, no se la puede comprar en el quiosco de la esquina. No viene en un frasquito.

Se deberá barajar y dar de nuevo. Brasil es un grande y reaccionó como debía reaccionar: su técnico se fue solo, sin que nadie le dijera nada. Esta decepción obliga a un cambio importante en el manejo criollo del fútbol argentino. No puede seguir todo igual. Algo, alguna vez, deberá cambiar para no sufrir siempre la misma historia de los últimos años: ver las semifinales y la final por tele porque la juegan los otros.



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