Toco y me voy
Mazamorra, empanadas, velas, velitas
Los actos escolares, por más que los historiadores nos hablan de las versiones edulcoradas de la historia, tienen una lógica propia que no podrá cambiarla ni una convención de los más esclarecidos historiadores. Las empanadas calientes para las viejas sin dientes, las vamos a meter igual en el acto, les guste o no. íViva la patria!
Una de las primeras cosas sobre las que hay que alertar a la comunidad es que los actos escolares del 25 de mayo, al menos una parte constitutiva como es la presencia de los negritos vendedores de algo, corren peligro: las botellas de vino hoy traen, cada vez más, tapones de plástico y no más de corcho. Al faltar la materia prima para tiznar las caras de los pibes, toda la estructura ceremonial tambalea. Porque si bien hay reemplazantes del corcho (desde témperas hasta las novedosas pinturas para body painting, que hacen furor en otros ámbitos, aunque, claro, ese es otro tema), ninguno tiene el carácter institucional, el peso, la consistencia, la prestancia del inefable corcho. Porque hay también una cuestión psicológica con el trazo mismo del corcho quemado de la maestra o de la madre sobre la cara de su alumno o su hijo.
Otra de las cuestiones trascendentes es la elección de la criatura: para mayor contraste, como para remarcar el artificio y teatralidad de toda la situación, se eligen a los más rubios para hacer de negros, con lo que detrás de las caras tiznadas asoman ojos y pelos claros, una clase en sí misma o varias clases de historias de nuestro país.
En mi infancia, en un pueblo de gringos, no había opción: se necesitaban cantidades industriales de corcho quemado. Había además una natural (porque entonces no se estudiaba eso, acaso porque no era un problema) reutilización y reciclado de materiales, porque los corchos provenían indistintamente tanto de la grapa del nono, como de la damajuana del tío como del vino de tu viejo. He escuchado a algunos cretinos justificar una mayor ingesta alcohólica sólo para proveer adecuadamente a las maestras para el acto del 25 de mayo, una especie de pertrecho, un refuerzo de la estructura y la logística misma de ese ejército de párvulos (y sí: en el campo muchos provienen de encuentros detrás de la parva; de allí, párvulos) listo para camuflarse y salir a escena. Ahora, esa parte del acto del 25 de mayo está en peligro, culpa de los avances de la industria vitivinícola, culpa de la proliferación de tetras o el reemplazo del viejo y querido corcho por esas cosas sintéticas...
Otra de las cuestiones llamativas de los actos, que antes no se veían, es la convivencia de épocas y estilos. Antes, en el campo, vestir a un nene o nena de gaucho, paisanita o lo que fuera no representaba esfuerzo alguno. Todos tenían alpargatas, o mantillas o peinetas. Ahora, un nene (sus padres) deben alquilar los trajes y complementar o adaptar lo que hay en casa y se pueden escapar detalles. El otro día vi una dama antigua espectacular, sólo que con unas guillerminas barbie resplandecientes, que harían sonreír o preocupar a un revisionista.
Hay que tener cuidado, finalmente, con el vendedor de escobas o plumeros: los pibes suben al escenario y están en situación y muy preocupados por su parlamento, por el versito, y por poner los pies más o menos por dónde le dijeron. Y se olvidan que llevan al hombro un palo largo, casi un arma. Yo he visto peinetas que vuelan súbitamente y accidentes varios por un giro inesperado del vendedor de plumeros. La otra cosa jodida es la caída del aguatero, porque los 25 de mayo suele hacer frío y no es bueno ser agasajado con un baldazo de agua, por más patriótica que fuera.
Y así se nos va el acto patrio, canejo. Los pibes, fantásticos, como siempre; los padres, un enjambre de caras satisfechas, cómplices y sonrientes, como si se tratara de complotados listos para derrocar un gobierno y formar uno nuevo...
Por Néstor Fenoglio