Centuria de contradicciones
El año 2001 transita sus primeros días con las expectativas propias del nuevo milenio. El siglo recientemente culminado discurrió entre divergencias y paradojas, pero aportó un enorme progreso a la humanidad.
(Por Darío Orlando Sager).- Cuando el 1° de enero de 1901 llegó el anhelado siglo XX, lo hizo en el marco de amplias ilusiones y esperanzas. El mundo vislumbró el inicio de una época pujante y progresista. Europa venía de de ser protagonista casi exclusiva en la tarea de expandir la civilización occidental hacia los cuatro rumbos cardinales del globo.
Mientras expoliaba impiadosamente a sus congéneres africanos y asiáticos, el viejo continente se autoproclamó emisario de paz y confraternidad entre los pueblos del mundo.
Indudablemente, poco se parece aquel el 31 de diciembre de 1900 que narraban nuestros abuelos a su similar del 2000. Ni los más imaginativos de entonces pudieron prever, por ejemplo, que el siglo XX habría de ser trágico escenario de dos conflagraciones mundiales. Tampoco presentir la aparición de algunas ideologías totalitarias, crueles y absolutistas, felizmente perimidas y superadas casi en su totalidad. "Fue el siglo más violento en la historia de la humanidad", sostiene sin dudar el Premio Nobel británico William Golding.
Ese tiempo de barbarie y de violencia, que dio por tierra con los ideales libertarios y fraternos forjados en la centuria anterior, paradojalmente también fue el ciclo del gran despegue tecnológico y científico, la era de la cibernética y de la computación. A pesar de enviar atrozmente al más allá a tantísimos seres humanos y de no haber puesto coto a grandes inequidades, paradojalmente el siglo XX culminó con un balance favorable.
Ello se tradujo en varias mejoras que ni soñaron nuestros antepasados y que están a la vista. Así podemos contabilizar el aumento en la expectativa de vida, la cura de numerosas enfermedades, la mejoría en la calidad existencial, la liberalización y el protagonismo de la mujer. También se avanzó en el reconocimiento y consideración de grupos étnicos antes vergonzosamente discriminados y excluidos. Sin dudas, el paralelismo entre lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo configura una maraña inentendible de ambivalencias en el siglo fenecido.
Explosión demográfica
La centuria que tocó a su fin el pasado domingo, mostró índices de natalidad hasta límites insospechados. Acatando el bíblico mensaje del "creced y multiplicaos", la población mundial se vio cuadruplicada, y un cercano ejemplo de tal explosión demográfica es Brasil. Los 17 millones que habitaban en 1900 al hoy gran país del Mercosur se convirtieron casi en 170 millones en el 2000. "En Río Grande do Sul, de 1.149.070 que éramos en 1900, llegamos en el reciente censo a 10.179.801 habitantes, lo que representa una multiplicación por 8,8 veces. Fue menor que el promedio del país, y ello se fundamenta en el gran número de gaúchos que emigraron hacia las áreas dispersas del centro-oeste, del norte, de Santa Catarina y de Paraná", evalúa el prestigioso historiador riograndense Sergio da Costa Franco.
Está claro que si los recursos materiales hubiesen permanecido en idénticos valores a los existentes a fines del siglo XIX, hoy toda la humanidad estaría irremisiblemente condenada a la hambruna. Este período tan prolífico y lleno de calamidades fue también escenario de grandes revoluciones científicas que permitieron multiplicar las fuerzas del hombre y su capacidad productiva hasta niveles insospechados. Gracias a eso, el producto de las actividades económicas se acercó al ansiado equilibrio con la creciente demografía, al punto de desvirtuar opiniones pesimistas al respecto.
No obstante, ese crecimiento económico no logró erradicar la dolorosa miseria de los desposeídos. En los países en desarrollo, los capitales se concentraron en pocas manos y se amplió la brecha entre el modelo de vida de ricos y pobres. Los acaudalados de principios de siglo no imaginaron que llegarían las comodidades y lujos que hoy disfrutan sus descendientes. También la condición de vida de los carecientes -más allá de las necesidades que perduran- mejoró a lo largo del siglo XX. Así lo expresan los desapasionados números de las estadísticas: disminución de los índices de mortalidad infantil e incremento en las expectativas vitales para los sectores más humildes, entre otros logros.
Tiempo de insatisfacciones
Entre tanto, y también por una paradoja, ese avance en las condiciones de vida no tiene su correlato en la satisfacción de la gente. Al contrario, el inconformismo y la angustia afectan cada vez más a las poblaciones en este cambio de siglo, porque todos ambicionan vivir al estilo que mostraron las series televisivas Dallas y Dinastía. Habrá que convenir que muchas de las aflicciones que hoy alcanzan al común de los mortales derivan de las machacantes y no siempre atendibles seducciones consumistas. Sistemáticamente se estimulan hábitos dispendiosos, que no cualquier bolsillo aguanta. Los publicitados "usá, tené, llevá, comé, tomá, viajá, probá, comprá", acicatean en las familias el deseo de una vida cada vez más cómoda y placentera .
Ese desmedido afán de consumo, ya no sólo de alimentos, bebidas, ropas y vehículos, sino de bienes suntuarios en general, motoriza un clima de creciente disconformismo. En una sociedad cada vez más conflictiva, individualista y deshumanizada, el siglo XXI no llegó con las mejores perspectivas. El hombre común, el excluido del sistema, el que se quedó sin trabajo "porque ya es viejo" pero a la vez no puede jubilarse "porque le falta edad", ve cómo ese mañana venturoso declamado en la fácil oratoria de los gobernantes de turno, en los hechos aparece tan inalcanzable como la línea del horizonte.