Luciano Andreychuk | [email protected] | Twitter: @landreychuk
Al oeste y al este, una multitud de santafesinos aprovechó la jornada de ayer, soleada y cálida. Deportes náuticos, acrobacias en el aire, juegos de todo tipo y el mate o el tereré frío fueron algunas de las postales de un sector de la ciudad socialmente reapropiado.
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A la altura del Puente Colgante y hacia el norte, la Setúbal era un hormiguero de veleros, piraguas, kayaks y vaya uno a saber qué otro transporte náutico de nombre raro. Enfrente, la Costanera Este: un hervidero de gente tomando sol, con bronceadores recién comprados o algunos vencidos, sacados del ostracismo tras el último verano porque no importaba: la cuestión era aprovechar, aprovechar el sol después de días de lluvia. No amagaba ni la sombra de una nube en el cielo santafesino.
Y así como el sol radiaba intenso, el viento, de sur a norte, blandía las velas, los parapentes de los kitesurfs, con brazos fornidos sosteniendo y regulando los tensores, porque en esta disciplina no hay lugar para los débiles. Ocurría en el Espigón II. Allí la gente tomaba el mate y el sol y otros, los más jóvenes, grupos de amigos, acarreaban conservadoras con “sospechoso” contenido (todo indicaba que llevaban la bebida alcohólica preferida por los santafesinos), algo así como una planificación que se estiraría hasta la noche. Los guardavidas, impertérritos controlando. La laguna estaba bien demarcada por boyas. El agua fría, tampoco importaba: la gente adentro.
Pero antes del Espigón, en el parador de la Dirección de Deportes municipal, pasaba de todo: lo primero, algo llamado slackline, que es una disciplina de equilibrio, coordinación de movimientos y concentración pura: los pibes saltaban y daban volteretas sobre una cinta bien tensada.
La gente se "adueñó" de la Costanera
No se puede empezar a brincar sobre una cinta a tontas y a sordas. “Acá la clave es arrancar caminando sobre la cuerda, aprender la percepción, saber adónde está tu cuerpo en el espacio. A medida que se avanza en los niveles, se ponen cuerdas más largas y tensas que permiten hacer más trucos y saltos”, cuenta a El Litoral un joven todo tatuado. La gravedad que lleva a la posible caída del cuerpo era amortiguada por colchones sobre el piso.
El otro factor además del sol, el viento, el agua y la gravedad era —claro— la arena. Sobre la costa había chicos y chicas jugando al Beach Rugby. Las pibas iban ganando, distribuían bien la “ovalada”: “¡Dale Mati, más fuerza!”, le reclamaba un compañero enarenado de pies a cabeza. No debían tener más de 14 años. Más allá, el “fulbito” de cinco contra cinco. Sobre el playón, otros chicos y jóvenes usaban las bicicletas y sus skates para improvisar saltos sobre rampas.
En la entrada del parador, un grupo de chicos algo más instruidos jugaban con el enorme ajedrez pintado sobre el piso, y movían cuidadosos las piezas (el rey, la reina, los alfiles y los caballos) pintadas en blanco y negro. Doscientos metros hacia el sur, unos nostálgicos despuntaban el gusto por el pádel. Se quedaron en los años ‘90 y no importaba: en la cancha el cemento de las paredes —que son las aliadas del juego— debía de estar caliente. El piso de material también, pero tampoco importaba.
Más chicos en rollers, gente paseando y nada más que eso, una familia con sus sillones de playa con un tereré, una cumbita sonaba. Y los vendedores de praliné y de copos de azúcar, de pastelitos, de pan casero, de bizcochos con chicharrón, porque hay que hacer el mango cuando la gente se concentra.
Pues la gente se adueñó de toda la Costanera. La hizo propia, la adoptó por un día. Y también el paisaje lagunero: los santafesinos pasaron a ser parte de ese óleo natural que caracteriza a la ciudad, y que muchas veces se olvida. Todo ocurrió este jueves, luego de la apertura oficial de las playas y paradores. Iba a tocar un DJ, iban a hacer una demostración de freesby y hasta una clase abierta de ritmos para bailar.
En el Espigón II, mientras unos se obsesionaban por controlar el viento con sus kitesurfs y otros por tomar todo el sol posible, un paisano pescaba, paciente y abstraído. Le llegó el “pique”, tiró hacia atrás la caña que se arqueó y empezó a recoger —a hacer girar el reel— sin prisa pero sin pausa, como buen conocedor de los secretos del río. Todo esto y mucho más fue la Costanera, luego de días de mirar el pronóstico meteorológico y de comprar velas por las dudas se cortara la luz.